El exgobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes Linares, y sus hijos se vieron envueltos en un altercado violento la noche del miércoles 23 de septiembre en el restaurante Velaria, sobre la exclusiva avenida Presidente Masaryk en Polanco.
La denuncia fue difundida este sábado 4 de octubre por la internacionalista y estratega digital Ana Pat Arteaga Massieu a través de su cuenta de X (antes Twitter). Según su testimonio, el conflicto empezó cuando un comensal, identificado como abogado, insultó a los Yunes con un acusación directa: “¡Traidor!”.
Lo que siguió, describió Arteaga, fue una pelea rápida, con patadas por la espalda e insultos a sus amigos, quienes también fueron agredidos físicamente. El ambiente cambió “de tenso a violento en segundos”, dijo, y el personal del restaurante tuvo que intervenir para separar a los involucrados y proteger a los afectados.
La tensión escaló al punto que el personal tuvo que encerrar a los Yunes dentro del establecimiento para evitar que sus escoltas intervinieran, situación que, según la denuncia, podría haber terminado en “zona de guerra” si estos se hubieran involucrado.
“Menos mal que los guaruras ni se enteraron del pleito, porque si no, Masaryk habría terminado en zona de guerra”
La denuncia de Arteaga caló hondo en redes sociales y círculos políticos. Para muchos, el episodio es otro ejemplo de la percepción de impunidad y abuso de poder que pesa sobre figuras políticas como los Yunes.
“Los Yunes no solo cargan escoltas como si fueran virreyes, sino que además confunden un restaurante con su rancho y a la gente con sus peones”
Hasta ahora, ni Miguel Ángel Yunes Linares ni sus hijos han respondido públicamente a las acusaciones. Tampoco el restaurante Velaria ha emitido declaraciones.
El incidente ocurre en un año electoral sensible, cuando la ciudadanía mexicana exige mayor responsabilidad y castigo ante conductas violentas y prepotentes de políticos, pero casos como este suelen quedar en la anécdota sin seguimiento ni sanciones.
La denuncia expone no solo un altercado físico, sino también una cultura política que normaliza la soberbia, el abuso y la violencia en el trato público y privado.
