Dos años después del 7 de octubre, la tragedia en Gaza no muestra señales de alivio. Los atentados del Hamas y la respuesta militar israelí se han entrelazado en una cadena de violencia que ha dejado a la población civil gazaoui atrapada en medio del fuego cruzado.
La magnitud de los crímenes cometidos por Hamas ya no puede entenderse sin considerar el impacto devastador de las operaciones israelíes en la franja de Gaza. La destrucción sistemática que sufre el pueblo gazaoui genera consecuencias que van más allá de lo militar y humanitario, alcanzando aspectos políticos y morales entre las democracias liberales y sus aliados, incluida Israel.
Desde el 7 de octubre, la comunidad internacional ha mostrado una respuesta insuficiente ante la crisis. La falta de una intervención efectiva o de mediación sólida ha contribuido a un estancamiento trágico que mantiene a Gaza en un estado frágil, con infraestructuras destruidas, miles de muertos y cientos de miles desplazados.
Este escenario ha provocado un debate intenso sobre los principios que defienden las potencias occidentales y su compromiso real con los derechos humanos en zonas de conflicto. Mientras Hamas continúe sus ataques, la reacción militar de Israel mantiene la región al borde de un conflicto prolongado con graves daños civiles.
Las voces diplomáticas no cesan de reclamar un alto al fuego efectivo, pero la escalada y las represalias mutuas siguen marcando la dinámica diaria. Para los gazaouis, la batalla va más allá de los enfrentamientos inmediatos: es una cuestión de supervivencia y reconocimiento internacional que no llega.
La tragedia del 7 de octubre y sus dos años de secuelas evidencian que la destrucción del pueblo gazaoui es también una crisis de legitimidad para las democracias que respaldan a Israel, cuestionando su coherencia y capacidad de respuesta en el escenario global.
