Este miércoles murió Miguel Ángel Russo a los 69 años, tras semanas de delicado estado de salud. Uno de los grandes referentes del fútbol argentino, Russo dejó una huella profunda como jugador y director técnico.
Nacido en Lanús en 1956, Russo construyó su carrera como futbolista en Estudiantes de La Plata. Defensor sólido y líder táctico, disputó más de 400 partidos entre 1975 y 1988, consolidándose como ícono del club. Su perfil bajo y respeto hacia el juego lo distinguieron desde temprano.
Como entrenador, desarrolló una carrera extensa y respetada en Sudamérica. Dirigió a todos los grandes del fútbol local: Boca Juniors, San Lorenzo, Racing, Vélez y Rosario Central, además de tener pasos exitosos en Colombia. Fue ídolo en Millonarios, donde también cosechó campeonatos y cariño del público.
El punto más alto de su carrera llegó en 2007 con la conquista de la Copa Libertadores junto a Boca, con un Juan Román Riquelme en estado de gracia. Ese título lo colocó en la elite de entrenadores que lograron el trofeo más codiciado de América.
Russo siempre se destacó por su dignidad y temperamento respetuoso, características que lo diferenciaron en el competitivo y a veces turbulento mundo del fútbol argentino. En los últimos años enfrentó problemas de salud que lo alejaron momentáneamente, pero volvió con la fortaleza que lo caracterizó toda la vida.
La muerte de Russo representa la pérdida de un hombre que fue símbolo de trabajo silencioso, coherencia y humildad. Más allá de los trofeos, deja una enseñanza de respeto y pasión genuina por el deporte, admirada por colegas, rivales y las hinchadas que supo conquistar.
El fútbol argentino despide a un caballero que hizo del juego algo más que una profesión: una escuela de valores.
