El kirchnerismo tomó una estrategia clara para estos últimos días de campaña: evitar interrumpir ni confrontar directamente a Javier Milei cuando comete errores. La táctica de Cristina Kirchner y Axel Kicillof consiste en dejar que el líder libertario se desgaste solo, mientras ellos preparan un repunte que todavía está lejos de consolidarse.
Con menos de dos semanas para las elecciones generales, el oficialismo reconoce que corre desde atrás. El último trimestre fue duro: se acabó la comprensión generalizada del plan económico ortodoxo, conocido como “motosierra”, que buscaba superar el déficit fiscal con recortes y ajustes.
Milei creyó que bajar la inflación sería suficiente para obtener mayoría, pero esa demanda perdió peso hace meses; la mejora económica no se ve en la calle y la mayoría no confía en que el esfuerzo actual traerá alivio pronto. Eso mantiene firme al peronismo, que retiene su base.
El escenario se complica para el libertario: su núcleo duro de votantes ronda el 30%, lejos del 56% obtenido en la primera vuelta. Sin embargo, mantener ese tercio todavía es un buen piso en un sistema fragmentado como el argentino.
El gobierno acumuló errores que juegan a su favor. Por ejemplo, mantiene bajo control kirchnerista la disputa judicial en Buenos Aires que pone en jaque la candidatura de José Luis Espert y la impresión de la boleta única, gasto público innecesario que muestra la precariedad del oficialismo. La decisión también expone la falta de renovación en sus candidatos, con figuras como la actriz Karen Reichardt en segundo lugar.
Mientras tanto, Milei afronta una campaña agitada por la inestabilidad del dólar y la espera de su encuentro con Donald Trump esta semana, que representó un respiro tras la promesa de apoyo financiero del Departamento del Tesoro y el FMI. Sin embargo, la ayuda internacional no termina con las dificultades económicas domésticas: las reservas se agotaron en días, y los precios de servicios y tasas aumentan.
La clave para el oficialismo está en mantener la idea de que la economía podría mejorar con su modelo, aunque el desgaste es palpable. Milei no logró todavía revertir la situación económica familiar y la escalada de tarifas y impuestos complica la percepción del votante medio.
Además, la imagen agresiva y divisiva del líder libertario alejó a un sector de votantes moderados, mientras escándalos vinculados a corrupción repercuten en su base original y benefician al kirchnerismo, que goza de impunidad política y capacidad para maniobrar en el Congreso.
El miércoles, el oficialismo forzó un aplazamiento en la ley que busca modificar el control parlamentario sobre decretos de necesidad y urgencia por dos votos, una derrota para Milei que podría impulsar intentos de destitución.
La disputa no es solo electoral sino también legislativa y simbólica. El kirchnerismo obtiene aliados temporales para frenar al libertario, mientras Milei enfrenta la fragmentación de sus apoyos y la necesidad de mostrarse como el antídoto real contra el populismo.
En definitiva, el oficialismo apuesta a una campaña de desgaste sin arriesgar confrontaciones directas, esperando que la crisis económica y los errores del rival alcancen para sostener sus votos y volver a tomar impulso hacia el 26 de octubre. Pero el panorama sigue abierto, con un país al borde y un electorado cada vez más desencantado.
