Un equipo de investigadores en Suiza está desarrollando prototipos de ordenadores biológicos cultivando neuronas a partir de células madre humanas. En el laboratorio FinalSpark, situado en territorio helvético, transforman células cutáneas en organoides, pequeños cúmulos neuronales similares a cerebros rudimentarios.
Estos organoides, cultivados durante meses, son conectados a electrodo y vinculados a un ordenador. La comunicación se realiza enviando impulsos eléctricos controlados mediante teclado, con respuestas que se muestran en pantalla como patrones tipo EEG. El objetivo es que estas estructuras biológicas puedan aprender y ejecutar tareas complejas, instalando así las bases de una «bioinformática».
Sin embargo, el desarrollo enfrenta un gran obstáculo: la falta de una red sanguínea funcional que nutra a estos organoides. A diferencia de un microchip tradicional, estos cerebros en miniatura sólo sobreviven unos meses antes de morir. En los últimos cinco años, los investigadores registraron entre 1000 y 2000 fallecimientos de estos cultivos neuronales.
Actualmente, el trabajo se limita a la estimulación y registro de actividad cerebral, pero abre una ventana inédita hacia la integración de sistemas biológicos con máquinas. Al no depender sólo de silicio, estos sistemas podrían revolucionar el tratamiento de datos y la inteligencia artificial a largo plazo.
El laboratorio FinalSpark, cubierto por la BBC esta semana, representa un salto radical en la interfaz humano-máquina, similar a los desarrollos de Neuralink pero desde la creación directa de circuitos neuronales vivos. El avance podría inaugurar una era de microordenadores biológicos que desafían los límites de la informática clásica.
Por ahora, la viabilidad a largo plazo sigue en debate y dependerá de resolver la nutrición y mantenimiento de estos mini-cerebros. Pero el potencial de la bio-informática ya impulsa a la comunidad científica global a seguir esta vía con interés creciente.
