Woody Allen, el cineasta y novelista de 89 años, ha comprado una casa en Barcelona, una ciudad donde según fuentes del entorno el riesgo para una persona como él es muy alto, especialmente si porta objetos de valor.
La mudanza de Allen ha despertado sospechas por su avanzada edad y el cuadro social que vive la ciudad, con alertas de inseguridad y episodios de violencia en la calle. De hecho, se advierte que no solo podría perder relojes caros por robos, sino que podría también ser objeto de agresiones físicas, en un lugar donde los turistas y residentes disfrutan de menos protección.
Este movimiento llega en un momento complicado para Allen, que permanece en plena promoción de su primera novela, ¿Qué pasa con Baum?, que trata sobre la vida de un escritor judío y confirma que él —a sus 89 años— sigue retratándose a sí mismo a través de sus personajes. La obra no aborda temas del conflicto israelí-palestino, un aspecto que inevitablemente le preguntan en entrevistas dado su origen y postura pública.
Allen evita al máximo comentar sobre el conflicto en Gaza, uno de los grandes focos de tensión mundial y del que su comunidad judía, incluida la española, vive complejas discusiones. Algunos analistas sugieren que solo el paso del tiempo le permitirá tratar este tema en tono de comedia, como hizo con otros grandes dramas.
En España, Allen se enfrenta también a la realidad política y social, con referencias indirectas a figuras como Pedro Sánchez y la red de influencias políticas, un caldo de cultivo para que el cineasta encuentre material para futuros guiones de humor negro, un género que domina desde hace décadas.
El periodista que firma apunta que Allen encarna el estereotipo del judío inseguro, hipocondríaco y contradictorio, rasgos que han marcado su obra artística y pública. El contraste de su figura con la vida en Barcelona, considerada hoy una ciudad de riesgo para quienes llevan objetos de valor visibles, plantea un panorama tenso para el cineasta y su supervivencia en la capital catalana.
Barcelona, por tanto, ofrece para Allen, pese a su dificultad, un escenario donde el drama puede convertirse en comedia. Una ciudad convulsa, llena de contradicciones, donde el riesgo y la creatividad van de la mano, y que parece compatible con la última etapa creativa y personal del director neoyorkino.
