En varias regiones de México, la tradición de trazar una cruz de cal en los funerales sigue vigente como un acto de protección espiritual y respeto hacia los muertos.
La cruz de cal se dibuja con cal blanca sobre la tierra o al pie del ataúd durante velorios y sepulturas, un gesto simbólico que busca guiar y cuidar el alma del difunto en su tránsito hacia el más allá.
Expertos en antropología señalan que este ritual tiene raíces coloniales, producto de la mezcla entre costumbres prehispánicas y la simbología católica introducida por los misioneros. La cal, usada tanto en Europa como en rituales indígenas, cumple una función purificadora y protege contra energías malignas.
Familias en estados como Oaxaca y Puebla dibujan la cruz poco después de preparar la tumba, acompañada de oraciones y en ocasiones se colocan objetos personales del fallecido alrededor del símbolo. Esta práctica mantiene vivos los vínculos comunitarios y la espiritualidad en el momento final.
El trazo vertical de la cruz simboliza el ascenso del alma a los cielos, mientras que la línea horizontal representa la conexión con los seres queridos y la red de fieles difuntos. En conjunto, refuerza la idea de tránsito y protección, además de marcar un espacio sagrado durante la despedida.
Además de su carga simbólica, la cal cumple una función higiénica para evitar la propagación de enfermedades asociadas a la descomposición, un valor práctico que ha ayudado a su supervivencia a través de los siglos.
El rito se conserva no solo en comunidades rurales sino también en zonas urbanas, donde se integran flores, velas y semillas para enriquecer el simbolismo. Las familias suelen seguir estrictamente instrucciones transmitidas por los mayores para respetar la integridad del ritual.
Autoridades y cronistas locales destacan que esta práctica ha resistido el paso del tiempo, adaptándose pero sin perder su esencia espiritual y social, una muestra clara de la vitalidad de las tradiciones mexicanas frente a la muerte.
