Madagascar vive un vuelco político tras la destitución de Andry Rajoelina ayer en la Asamblea Nacional, donde 130 de 163 diputados votaron a favor de su destitución.
Poco antes del cierre del voto, la unidad de élite del ejército malgache, CAPSAT, tomó por asalto uno de los palacios presidenciales en Antananarivo y anunció que asume el control del país. La destitución es oficial y marca el fin del mandato de Rajoelina, cuyo abandono del poder era demandado desde hace semanas especialmente por la juventud malgache.
El coronel Michaël Randrianirina, portavoz de CAPSAT, anunció en un discurso televisado la disolución del Senado y de la Corte Constitucional, aunque mantuvieron la Asamblea Nacional. Presentaron también un gobierno civil de transición bajo supervisión militar, junto a la creación del Consejo de Defensa Nacional de Transición, un órgano compuesto exclusivamente por militares que ejercerá el poder presidencial por un periodo máximo de dos años.
Durante ese tiempo, se planea realizar un referéndum constitucional y elecciones generales para restaurar la “legalidad republicana”, según informó el coronel. La desaparecida Corte Constitucional ratificó la destitución y nombró oficialmente a Randrianirina como jefe de Estado.
Este movimiento del ejército recuerda la toma de poder de 2009 cuando CAPSAT también facilitó la caída del entonces presidente Marc Ravalomanana, instalando a Rajoelina en el poder. La historia sugiere que el ejército actúa como un garante del statu quo y vínculo con intereses imperialistas, en especial franceses.
La decisión militar y parlamentaria ha sido recibida con desconfianza por amplios sectores populares. Organizaciones sociales y trabajadores denuncian que la transición dirigida por militares no garantiza un verdadero cambio y alertan contra la confiscación del movimiento de protesta. Reclaman que la juventud y la clase obrera definan ellos mismos el futuro político mediante una asamblea constituyente independiente del ejército y la iglesia.
El país entra ahora en un periodo de incertidumbre política, mientras las promesas de un retorno rápido a la democracia por parte de la junta militar generan recelo. Madagascar sigue en alerta tras semanas de movilizaciones que derrotaron a Rajoelina, pero ahora frente a una nueva forma de poder que mantiene firmes estructuras de autoridad no democráticas.
El pulso entre el ejército y las fuerzas populares apenas comienza y la estabilidad de la isla está en juego en los próximos meses.
