El refrán español “dar gato por liebre”, que hoy usamos para hablar de engaños, tuvo un origen muy literal y dramático en la posguerra española.
Tras la Guerra Civil, España quedó sumida en una pobreza extrema y la carne, un lujo para pocos, desapareció de la dieta diaria de la mayoría. La cartilla de racionamiento y el estraperlo marcaron la vida cotidiana de millones ante la escasez de alimentos.
En ese contexto, los límites de lo comestible cambiaron radicalmente. El gato comenzó a ser cocinado como sustituto de la liebre, animal que antes era común en guisos. Su sabor y textura similar lo convertía en una alternativa práctica, a menudo servida como si fuera carne de liebre. No era malicia, sino pura necesidad.
En ciudades donde la falta de comida era más aguda, el gato pasó a ser una carne disimulada, mientras que en las zonas rurales la dieta incorporó plantas amargas, hierbas y otros animales poco comunes. Expresiones como “España se comió el paisaje” ilustran cómo la gente agotó los recursos naturales para sobrevivir.
Así, la frase “dar gato por liebre” no fue solo una metáfora sino una descripción real de esas situaciones desesperadas que vivió España.
La mejora económica posterior y la apertura internacional han dejado ese capítulo atrás, pero el refrán sigue vigente como recuerdo oscuro de aquellos tiempos difíciles.
