Berlín vivió una protesta masiva este sábado con alrededor de 25,000 personas en las calles exigiendo el fin de la matanza en Gaza y criticando el silencio y la complicidad de las élites alemanas ante el genocidio palestino.
Este reclamo surge en un contexto de creciente debate sobre el papel que desempeñan los medios, la cultura, la academia y la política alemana, acusados de seguir ciegamente las líneas oficiales y evitar cuestionar la política israelí contra Palestina.
El autor Jurgen Mackert señala que la élite alemana mantiene una “sumisión completa” al Estado y sus aliados, evocando la complicidad histórica en atrocidades desde la época colonial alemana hasta el nazismo, y denuncia que hoy guardan silencio ante la violencia de Israel.
Uno de los puntos controvertidos es la incapacidad o negativa de distinguir entre antisemitismo y crítica al sionismo, lo que facilita que se criminalice la defensa palestina, incluso cuando está respaldada por el derecho internacional.
Mackert destaca que las instituciones culturales alemanas también están en entredicho. La rama alemana de PEN se negó a respaldar el llamado internacional a un embargo de armas a Israel, alegando que dicho llamado es “demasiado parcial”. Nobel de Literatura Herta Müller ha reafirmado públicamente su apoyo a Israel, minimizando la violencia contra palestinos y comparando a Hamas con nazis, una comparación que ha sido criticada como históricamente ignorante y moralmente reprochable.
En el mundo académico, Robert Schlogl y Joybrato Mukherjee, líderes del DAAD y la Fundación Alexander von Humboldt, lamentaron la crisis humanitaria en Gaza pero condenaron el llamado a boicotear instituciones científicas israelíes, defendiendo la cooperación con universidades de ambos lados sin mencionar la destrucción casi total de las universidades palestinas por Israel.
La polémica también alcanzó a la Volkswagen Foundation, que recientemente celebró un siglo de las universidades hebreas vinculadas a la limpieza étnica en Palestina sin ningún reconocimiento público al sufrimiento palestino.
El autor concluye que lo que se espera de una élite alemana verdadera es coraje para denunciar el genocidio y negarse a legitimar la política israelí apoyada por el gobierno alemán, pero que prevalece el miedo y la obediencia ciega a las autoridades.
Este silencio consciente, pese a un frágil alto al fuego, mantiene la complicidad alemana con la violencia en Gaza, convirtiéndose en un capítulo más del fracaso histórico de la élite alemana para enfrentar crímenes de lesa humanidad.
