Rusia arrancó el 1 de octubre su campaña de conscripción de otoño para reclutar 135,000 hombres de entre 18 y 30 años, en medio de un clima de incertidumbre y rechazo juvenil sobre el servicio militar obligatorio.
En Moscú, Grégory, un joven de 22 años, acudió a un centro de incorporación a la espera de la decisión del estado mayor sobre su destino militar. Pese a que la ley no obliga a los conscriptos a combatir directamente en Ucrania, Grégory rechaza firmar contrato para participar en la guerra.
«¿Usted entiende lo que es la muerte de seres humanos?»
Grégory estuvo meses como voluntario sanitario en la frontera con Ucrania, presenciando bombardeos y heridos. “Firmar con el ejército, no”, insiste, mientras que la doctrina oficial mantiene que los conscriptos sólo realizan tareas de poco riesgo y no se envían al frente.
Sin embargo, incidentes aislados de conscriptos enfrentándose a fuerzas ucranianas han aumentado desde la incursión sorpresa de Kiev en la región rusa de Kursk en agosto pasado.
El ejército ruso moviliza actualmente a más de 700,000 militares en Ucrania, combinando conscriptos, voluntarios y reservistas. Tras cumplir su servicio, los jóvenes entran en reserva y pueden ser llamados a combatir en el futuro.
El Ministerio de Defensa prepara además un proyecto de ley para desplegar reservistas en la protección de infraestructuras críticas, blanco de ataques ucranianos recientes.
La estrategia oficial prioriza hasta ahora el reclutamiento voluntario, ofreciendo altos salarios y beneficios para quienes firmen contrato, mientras ONG denuncian presiones sobre los conscriptos, algo que el ministerio niega firmemente.
Para evitar evasiones, las autoridades han modernizado su sistema: desde 2024, existe una base de datos digital con información actualizada del estatus militar, y se han reemplazado las convocatorias en papel por notificaciones digitales mucho más estrictas.
Existen todavía exenciones, especialmente para estudiantes o motivos médicos. Viatcheslav, también en Moscú, duda que lo declaren apto por su “asma severo” y teme que, de igual forma, pueda acabar en combate. “Tengo un amigo que fue y volvió herido”, relata.
En Vladimir, ciudad a 180 km de Moscú, Anton, aprendiz de chef de 18 años, pidió un aplazamiento para terminar sus estudios. “No me gusta lo militar y no entiendo por qué empezó esta guerra”, afirma con firmeza.
Junto a él, Maxime, fanático del fitness, espera su año obligatorio, pero descarta firmar contrato para ir a Ucrania. En su lugar, baraja intentar sumarse a la Rosgvardia, la guardia nacional rusa desplegada en la retaguardia.
Mientras la campaña avanza, la resistencia silenciosa y la incertidumbre sobre el futuro bélico marcan el pulso de una juventud atrapada entre la obligación y el rechazo a la guerra.
