Los referéndums se presentan como la forma más directa de democracia, pero su uso sigue siendo polémico en Francia, mientras en Suiza forman un pilar fundamental del sistema político.
En Suiza, la población está acostumbrada a votar varias veces al año sobre temas concretos. Este sistema se basa en una fuerte descentralización y alta confianza en las instituciones, lo que alimenta la legitimidad y la participación ciudadana directa.
En Francia, sin embargo, los referéndums son algo raro y normalmente convocados solo por el presidente, con ejemplos destacados como la consulta sobre la Constitución Europea en 2005. A pesar de que el resultado fue finalmente evitado en su aplicación, dejó una huella profunda en el debate político.
El riesgo principal es la simplificación extrema: convertir preguntas complejas en respuestas binarias puede distorsionar el debate, favorecer campañas emocionales y alimentar el populismo sin bases racionales sólidas.
En este contexto, surge la pregunta: ¿sería posible un referéndum sobre temas sensibles como la pena de muerte? Este debate se reactivó cuando se recordó a Robert Badinter, figura clave en la abolición de la pena capital en 1981. Algunas encuestas recientes sugieren que casi la mitad de los franceses podrían aceptar revertir esa decisión, impulsados por emociones más que por evidencias.
Los estudios demuestran que la pena de muerte no tiene un efecto disuasorio mayor que otras penas. Volver sobre conquistas sociales como esta puede poner en riesgo derechos ya consolidados, especialmente si la opinión pública empieza a tambalearse.
Así, los referéndums son una herramienta poderosa pero también sensible y con doble filo. Mientras en Suiza forman un pilar estructural de su democracia, en Francia su uso está cargado de riesgos políticos, sociales y morales que requieren una cuidadosa reflexión.


































