Carla Bruni ha regresado esta semana a su apartamento en Villa Montmorency tras despedirse de Nicolas Sarkozy, quien acaba de ingresar en prisión por cinco años. El silencio y la opulencia de su palacete de 3.000 metros cuadrados parecen aumentar la sensación de soledad que vive la ex primera dama de Francia.
Con su hija pequeña, Giulia, a su lado, Bruni enfrenta una etapa incierta. Su imagen pública, una mezcla de top model convertida en cantante y musa política, vuelve a quedar a la sombra del reciente escándalo judicial que afecta a Sarkozy, condenado ahora a cumplir cárcel.
Carla se desplaza entre recuerdos y su guitarra pequeña mientras busca distraer a su hija con próximos torneos hípicos. La artista, que nunca terminó de ser tomada en serio por la crítica musical, vive el desconcierto de ser ahora “la señora pija a la deriva en una lujosa nada”, como la describe un cercano. La musa que fue inspiración para el cineasta Pablo Larraín en su trilogía de mujeres en crisis —de Kennedy a Diana, pasando por Maria Callas— podría protagonizar un nuevo capítulo de tristeza y nostalgia.
Más allá de su éxito fugaz y la fama ligada a su relación con Sarkozy, Carla lidia con la envidia que aseguran que provoca su belleza y su educación. Su hermana, la directora y actriz Valeria Bruni, le recuerda su origen aristocrático y artístico, lo que añade otra capa más a la compleja imagen pública de Carla.
En su reciente silencio, la cantante compone y canta en voz baja para su hija unas letras marcadas por la separación y la incertidumbre:
“¿Cómo harán los separados cuando sus días estén contados? ¿Cómo podrán dormirse sin que se mezclen sus suspiros?”
Mientras tanto, la justicia francesa sigue firme en su sentencia contra Sarkozy, dejando a Bruni y su familia en medio de un capítulo amargo y desconocido.

































