En un valle cercano a Quito llamado Cumbayá, un muro desconchado y antiguo fue el escenario donde un artista ecuatoriano construyó la base de su vocación artística. Fue ahí donde, niño, descubrió el cine proyectado al aire libre, una experiencia que marcó su sensibilidad para siempre.
Este pintor y literato, formado entre el campo y la academia, recuerda ese momento como el “nacimiento de la emoción” que definiría toda su obra. “La pared estaba vetusta, pero ahí ocurrió la magia”, dijo en entrevista sobre el inicio de una carrera que ya suma más de 40 años.
Su infancia en un entorno agrícola rodeado de muros de adobe y tierra moldeó su paleta y técnica, incorporando materiales rústicos como cáñamo y superficies que evocan el barro. “El azul del cielo del amanecer quedó impregnado en mi alma”, cuenta el artista, que también usó esos muros como pizarras para sus primeros esgrafiados.
A los 15 años participó en su primera exposición al aire libre, donde conoció y entabló amistad con Oswaldo Moreno, maestro y referente del arte contemporáneo ecuatoriano. Moreno no solo influyó en su decisión de dedicarse a la plástica, sino que también lo acercó a la Vanguardia Artística Nacional (Grupo VAN), que rompió con el indigenismo dominante en Ecuador en los años 60.
Además de la pintura, estudió pedagogía y literatura en la Universidad Católica del Ecuador, un camino que enriqueció su lenguaje simbólico y respaldo teórico para su arte visual. A finales de los 90, la beca de un año en Londres fue un punto decisivo, donde conectó con el crítico Edward Lucie-Smith, uno de los mayores expertos en arte latinoamericano.
Su carrera internacional incluye representación de Ecuador en la Bienal de Venecia, muestras en Europa, Australia y Asia, y exposiciones recientes en China, Japón y Corea del Sur organizadas por la Alianza Francesa. En España, participó en el evento “Las Meninas salen a las calles” y expuso en el Museo de América en Madrid.
Su trabajo ha sido reconocido con el premio de la Fundación Pollock-Krasner en Nueva York y la insignia Oswaldo Guayasamín otorgada por el Municipio de Quito. A pesar de los premios, resalta que “el contacto directo con la gente a través del arte es su mayor reconocimiento.”
Este año, el artista prepara una muestra en Roma junto a William García, como parte de la conmemoración de los 125 años de relaciones diplomáticas entre Italia y Ecuador, organizada por la embajada ecuatoriana.
“A los jóvenes que sueñan con el arte les diría que lo hagan con ilusión, entrega y sin miedo, el sufrimiento enseña y decanta la obra”
Un recuerdo insoslayable de su infancia sigue vigente: la pérdida de un relieve que construyó en barro representando el parque de su pueblo, destruido por la lluvia, que aunque lo entristeció, también le dio impulso para reconstruir siempre lo que el tiempo destruye.
De un muro roto a los museos del mundo, este artista ecuatoriano lleva décadas uniendo cielo y tierra, memoria y materia.

































