El Gobierno de Nigeria ha respondido con dureza a la amenaza del expresidente estadounidense Donald Trump sobre una posible intervención militar por la escalada de ataques contra cristianos en el país. Abuja rechaza las críticas y acusa a Washington de liderar un “juego orquestado” para desprestigiar su gestión.
En un comunicado en la red social X, el portavoz presidencial Bayo Onanuga afirmó que el presidente Bola Tinubu adelantó ese supuesto plan ordenando estrictas medidas de seguridad sin excusas. Sin embargo, los asesinatos de campesinos, sacerdotes y familias enteras a manos de milicias islamistas y pastores fulani siguen multiplicándose en el norte y centro de Nigeria.
Expertos y organizaciones como Open Doors y Christian Solidarity International acusan al Gobierno de minimizar sistemáticamente la persecución religiosa. Un informe sostiene que, además, se soborna a periodistas para encubrir el genocidio cristiano que mantiene a Nigeria en la cima mundial de asesinatos por fe.
En medio de una crisis humanitaria silenciada, el senador estadounidense Ted Cruz impulsa un proyecto de ley para sancionar a Abuja por su inacción y ocultamiento. Por su parte, otro portavoz nigeriano, Daniel Bwala, abrió la puerta a un posible encuentro entre Tinubu y Trump para “resolver malentendidos”. Recordó además que Washington ya había vendido armamento a Nigeria para combatir a Boko Haram, sin detener la expansión de los grupos yihadistas ni la violencia.
La acusación de un complot internacional refleja el aislamiento creciente del Ejecutivo nigeriano frente a la presión global. El discurso nacionalista de Tinubu choca con la brutal realidad: aldeas cristianas incendiadas cada mes y un Ejército que no logra frenar el terror.
Esta semana, cientos de civiles siguen desplazados y ocultos para evitar masacres en un conflicto que ya ha provocado miles de muertos. La indignación, lejos de ser propaganda extranjera, nace de una crisis sin solución aparente y una respuesta oficial que evade reconocer el perseguidor religioso.
