Hace 20 años, el 8 de noviembre de 2005, Diego Maradona recibió en el mítico Luna Park a Mike Tyson en la última emisión de su programa “La Noche del 10”. Más de 7.000 personas apretaron las gradas para ver el encuentro entre dos leyendas que habían pasado del gloria al infierno.
Tyson, entonces en el ocaso de su carrera, había llegado a Buenos Aires con la intención de visitar el barrio natal de Maradona, Villa Fiorito, un lugar que le recordaba su infancia en Brooklyn. Sin embargo, debido a restricciones de seguridad y tiempo, fue llevado a La Boca, una zona igualmente cargada de vida popular pero distinta de Fiorito. Aun así, el ex campeón disfrutó el recorrido, saludando vecinos y recordando su niñez marcada por la pobreza y la violencia.
Ya retirado tras su última pelea en junio de ese año contra el irlandés Kevin McBride, Tyson llegó a la entrevista con una mezcla palpable de resignación y alivio. En el estudio, las conversaciones entre ambos fueron de respeto y empatía. Compartieron detalles de sus infancias difíciles, las batallas personales y el precio de la fama.
“Venimos de lugares parecidos”, dijo Tyson, reconociendo la similitud en sus historias
Tyson habló de su madre, Lorna, que crió sola a tres hijos entre la miseria y la violencia de Brownsville. Contó cómo descubrió el boxeo en un reformatorio a los 12 años y cómo ese deporte cambió su destino. Maradona, por su parte, recordó su niñez en Fiorito y la pelota como su única certeza.
La conexión fue instantánea, dos hombres que habían vivido el vértigo del éxito y cargaban cicatrices. Tyson admitió que ya no quería pelear más, que había perdido el amor por el boxeo y buscaba nuevos rumbos. El público los ovacionaba mientras ambos compartían risas y confesiones en un ambiente cargado de nostalgia y comprensión.
El cierre del programa fue histórico: Tyson, pocas veces emotivo en público, levantó a Maradona en brazos y lo giró frente a la multitud. Esa imagen quedó como símbolo de una época y de dos figuras marcadas por el exceso y la búsqueda de redención.
Desde entonces, ninguno volvió a verse. Maradona mantuvo su presencia televisiva y Tyson navegó entre proyectos y su propio laberinto personal. Aquella noche en Luna Park sigue siendo un retrato de un tiempo donde el fútbol y el boxeo, la calle y el ring, se cruzaron en un abrazo fugaz pero inolvidable.


































