En Katmandú, la capital de Nepal, una niña de dos años y ocho meses ha sido oficialmente designada como la nueva Kumari, una tradición milenaria que reconoce a ciertas niñas como diosas vivientes por parte de comunidades hinduistas y budistas. La pequeña Aryatara Shakya comenzará ahora una vida de reclusión en el Kumari Ghar, un templo histórico en el corazón de la ciudad, donde recibirá visitantes y devotos hasta que deje de poseer la energía divina, fenómeno que ocurre con la llegada de su primera menstruación.
Una tradición ancestral ligada a la realeza y la religión
La figura de la Kumari tiene origen en el pueblo Newar, un grupo étnico con 1,3 millones de miembros en Nepal, compuesto por hinduistas y budistas y que vive principalmente en Katmandú y zonas cercanas. La palabra Kumari significa “virgen” en sánscrito, y estas niñas son consideradas manifestaciones terrenales de la diosa Taleju (equivalente a la diosa Durga en India), representando la energía femenina vital o shakti.
La práctica, documentada desde hace más de mil años, se consolidó en el siglo XVIII como una tradición real en Nepal. La Kumari de Katmandú fue durante siglos una figura vinculada a la protección y bendición de la familia real nepalí, hasta que la monarquía fue abolida en 2008. Desde entonces, la Kumari consagra oficialmente a los primeros ministros y es vista como protectora espiritual del país.
Cómo se elige a una Kumari
La selección de la Kumari sigue un riguroso proceso dirigido por sacerdotes y astrólogos. Solo se eligen niñas nacidas dentro del clan Shakya, considerado descendiente del conquistador espiritual Gautama Buda. Para ser elegida, la niña debe cumplir requisitos astrológicos específicos, no haber tenido enfermedades ni lesiones, y debe presentar 32 características físicas simbólicas, como “cuello de concha”, “pecho de león” y “pestañas de vaca”.
Pastorando estas características, la candidata enfrenta una prueba final de valentía: una noche sola en una habitación oscura con objetos aterradores —que varían entre cabezas de animales y serpientes según relatos—. Solo las niñas que no muestran ningún signo de miedo ni lloran pueden convertirse en Kumari.
Vida en el templo y obligaciones rituales
Una vez proclamada Kumari, la niña se traslada al Kumari Ghar, un templo con 250 años de antigüedad frente a la emblemática Piazza Durbar en Katmandú. Allí vive casi aislada, solo visible a los visitantes y fieles que buscan su bendición. Esta figura recibe cientos de visitas, incluyendo turistas, quienes le ofrecen regalos y esperan que su expresión facial dé señales: la inmovilidad se interpreta como promesa de buenos augurios, mientras que reacciones como sonreír advierten desastres inminentes.
Las Kumari salen del templo solo unos 15 días al año, principalmente durante el festival Dashain, que celebra la victoria de la diosa Durga contra el mal. En estas ocasiones, son transportadas en una silla dorada, vestidas de rojo y adornadas con maquillaje tradicional, incluyendo el tercer ojo pintado en la frente, símbolo divino.
En años recientes, la Kumari de Katmandú ha tenido mayor contacto con el mundo exterior. Antes solo veía a su familia una vez por semana, tratada como una deidad y no como niña, pero ahora puede jugar con algunos niños selectos y recibe clases tres veces por semana dentro del templo.
El fin del reinado divino y las dificultades de la reintegración
Cuando la Kumari comienza a menstruar o pierde sangre significativamente, pierde la shakti y vuelve a la vida común. Este cambio marca una etapa difícil para las jóvenes, que deben readaptarse social y psicológicamente tras años de aislamiento y culto.
Durante décadas las Kumari no recibían educación formal, basándose en la creencia de su omnisciencia. No fue sino en los años noventa, con la autobiografía de Preeti Shakya, una ex Kumari, que la sociedad comenzó a prestar atención a sus condiciones de vida y a presionar por mejoras educativas.
Hoy el gobierno nepali presta asistencia a las ex Kumari, otorgándoles una pensión y un salario mensual modesto de aproximadamente 100 euros, cercano al salario mínimo local. A su vez, las niñas reciben tutores privados para clases y apoyo educativo.
Críticas y controversias sobre la tradición
El ritual de designar a una niña como diosa viviente es controversial. Organismos y activistas critican que se priven a estas niñas de derechos básicos, especialmente durante la infancia y adolescencia. Entre los aspectos más cuestionados están la privación del contacto social, el estricto confinamiento, la exposición a rituales serios y potencialmente traumáticos, y la educación insuficiente, que provoca luego dificultades para integrarse en la sociedad.
Asimismo, existe una fuerte creencia popular de que los maridos de las ex Kumari mueren poco después del matrimonio, hecho que dificulta sus relaciones y posición social futura.
En 2008 la Corte Suprema de Nepal rechazó demandas para prohibir esta práctica, reafirmando su protección como patrimonio cultural. Sin embargo, el debate continúa abierto entre modernizadores y defensores de la tradición.
Un fenómeno único a nivel mundial con raíces en la cultura y política
La Kumari de Katmandú es la más reconocida entre varias Kumari que existen en Nepal, cada una vinculada a regiones habitadas por los Newar. Aunque se trata de una tradición religiosa y cultural con raíces profundas, enfrenta el reto de equilibrar fe y derechos humanos en el Nepal contemporáneo.
La historia y costumbres ligadas a la Kumari ilustran cómo la espiritualidad, la política y la identidad étnica convergen en un ritual que sigue fascinando y generando debate en todo el mundo, reflejando además la complejidad de proteger tradiciones sin subestimar la protección infantil.
