La figura de Javier Milei ha pasado de ser un outsider mediático a presidente de Argentina en apenas seis años, pero ahora enfrenta su mayor desafío: la caída en la confianza ciudadana y los escándalos de corrupción que golpean su gobierno.
Con un ascenso meteórico gracias al hartazgo social contra los partidos tradicionales y el Estado, Milei capitalizó el descontento con discursos anti-establishment y una promesa de ruptura que sedujo especialmente a los jóvenes. Sin embargo, el respaldo inicial medido por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT) en su Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) ha venido a menos; comenzó su mandato en 2023 con un 2,86 de cinco puntos, pero en septiembre de 2025 cayó a 1,94 luego de estallar escándalos sobre corrupción presidencial.
El último año evidenció que el fuerte discurso meritocrático y la batalla cultural impulsada por su gobierno, con recitales en el Movistar Arena y una comunicación enfocada en confrontar a “los políticos tradicionales”, no alcanzó para sostener la popularidad.
Estas fracturas aparecen tras años decepcionantes de gobiernos previos. Las presidencias de Mauricio Macri y Alberto Fernández no lograron consolidar la confianza ciudadana: Macri arrancó su mandato con un ICG de 3,14 y terminó con 1,97, mientras Fernández pasó de un pico de 3,29 en abril de 2020 a un mínimo histórico de 1,03. Este vacío político y cultural facilitó la irrupción de Milei como promesa de cambio.
Pero el poder también tiene su gravedad. El modelo económico basado en la renta primaria y la exportación de materias primas, sumado a la pérdida de poder adquisitivo y la suba del desempleo, condiciona el panorama. La libertad como bandera no ha logrado traducirse en mejoras palpables para la mayoría.
“¿Por qué la derecha tiene que dar una batalla cultural? Porque la cultura se ha vuelto aburrida y está dominada por la izquierda”, dijo Agustín Laje, referente libertario, describiendo la estrategia que impulsan desde La Libertad Avanza.
El impacto social y político de la pandemia también dejó su marca. El desgaste de gobiernos y las narrativas negacionistas o antivacunas, explotadas por sectores de derecha populista, reforzaron un apoyo juvenil que va más allá de lo electoral, construyendo un ecosistema mediático y cultural propio en redes y plataformas alternativas.
Pero esa base no fue suficiente para sostener el poder cuando comenzaron a salir a la luz irregularidades en el entorno presidencial, lo que aceleró la caída de la confianza. Tras la expectativa de cambio, la realidad de una gestión envuelta en crisis económicas y políticas vuelve a poner en jaque la vigencia del discurso libertario y sus canciones de revolución.
El fenómeno Milei sigue siendo símbolo del desencanto con el sistema y la búsqueda de alternativas fuera del orden tradicional, pero la pregunta que se impone es si su proyecto político podrá evitar la caída que, como en la física, parece inevitable cuando la fricción del poder y la realidad golpean.
