Javier Milei aceleró su transformación de fenómeno electoral a presidente que redefine la Argentina bajo un modelo autoritario y polémico. Tras la derrota del Gobierno en las legislativas bonaerenses, y a pesar de señales que apuntaban a un freno, Milei confirma que el “baile” político sigue y va por todo.
El presidente impulsa un ajuste duro en educación, salud y ciencia que golpea a sectores vulnerables como jubilados y personas con discapacidad. Milei cruzó líneas al atacar públicamente a un niño con autismo y a la comunidad LGBT desde Davos, al acusarlos de pedofilia, en un discurso que destila autoritarismo, racismo y misoginia.
Su gobierno aplica la violencia institucional contra la disidencia, persigue a periodistas y censura voces críticas. El propio Milei multiplicó insultos contra medios y políticos durante actos públicos, legitimando un clima de tensión social y polarización extrema.
El presidente gobierna casi por decreto, ignorando al Congreso y promoviendo la corrupción pese a haber prometido eliminar “la casta chorra”. El escándalo de la criptomoneda $LIBRA ligada a su administración es uno de los varios episodios que sacudieron su gestión en menos de un año.
En lo político, rompió con José Luis Espert tras una denuncia por narcotráfico e investigados en EE.UU., además de desplazar y ofender a figuras propias y opositoras. Diego Santilli, un exaliado, ya se bajó del “barco Milei” y aspira a ser gobernador bonaerense mientras lanza críticas contra el presidente.
La sombra de EE.UU. y el ‘virreinato’ de Trump
La intervención del Tesoro norteamericano en el dólar oficial argentino marcó un punto de inflexión: expertos consideran que Milei cedió soberanía y convirtió al país casi en un estado asociado bajo supervisión directa de Donald Trump. Su reunión sumisa en la Casa Blanca y la designación de Scott Bessent como una especie de “virrey” estadounidense alarman a sectores críticos.
Mientras tanto, el show político del oficialismo llega a extremos insólitos. El mitin presendencial en el Movistar Arena fue calificado de bizarro y desconectado de la crisis, mientras se destapaba otro escándalo de narcotráfico vinculado a aportes de campaña. Milei maneja la crisis apelando a su núcleo duro con discursos incendiarios y escenas carnavalescas que dividen a una sociedad cada vez más polarizada.
El escenario político argentino se transforma en una mezcla de circo y crisis permanente. Con una base movilizada pero país convulsionado, Milei acelera un modelo donde nada importa ya como antes: ajuste, represión, corrupción y sumisión internacional son la nueva normalidad.
En este contexto, dirigentes como Santilli se despegan y apuntan a competir sin la “cara Milei” en la boleta, mientras la figura del presidente se consolida entre sus seguidores más radicales, aun rodeado de escándalos. La Argentina “después de Milei” parece ser un tiempo donde el orden institucional y la democracia están en tensión abierta.
Que siga el baile, incluso detrás de rejas o en prisión domiciliaria, parece ser la consigna del momento.
































