En las paredes del penal de Santa Martha, la interna María Elena, conocida dentro y fuera de la cárcel como “Hello Kitty”, cuenta una vida marcada por violencia, abandono y un camino que la llevó al homicidio.
Su historia, revelada en el podcast Penitencia, expone sin filtros cómo los abusos sexuales, la desigualdad social y la ausencia del Estado pueden quebrar cualquier vida y generar un ciclo de violencia difícil de romper. “Hello Kitty” adoptó el apodo desde niña, identificándose con la figura de la gatita que lleva tatuada en el cuerpo, tatuajes que usa para marcar episodios de su pasado y las personas contra las que actuó en venganza.
Su infancia en la colonia Guerrero estuvo marcada por la violencia familiar. A los diez años huyó tras ser abusada por su hermano mayor, con una madre que se negó a creerla. La calle fue su refugio y también su escuela de supervivencia en un entorno hostil donde la prostitución, las adicciones y la discriminación eran moneda corriente.
Internada en rehabilitación apenas a los once años, conoció a su primera pareja a esa edad y a los trece fue madre; sin embargo, su hijo murió tras sufrir golpes durante el embarazo y no hubo justicia. Luego fue violada y golpeada en repetidas ocasiones, sin que las autoridades ni su familia respondieran.
Su primer ingreso a prisión fue a los 17 años tras cometer un homicidio bajo efectos de drogas, un acto que ella misma califica como manipulado y fuera de control. Más tarde cometió otros dos asesinatos en represalia contra agresores que reconoció por sus tatuajes, acumulando una sentencia inicial de 135 años por feminicidio, homicidio, lesiones y otros cargos, aunque logró reducción y espera salir en dos años.
En la cárcel comenzó un proceso de introspección sobre su vida y sus errores, pero también cuestiona la falta de protección estatal y el abandono que sufrió desde niña. Asegura que la sobriedad le permitió entender mejor lo que hizo y quién es, aunque reconoce que no es fácil salir del ciclo de violencia.
“Ya veo la situación diferente, sé que soy culpable y debo pagar, pero la justicia contra mis agresores nunca llegó”
Su relación con sus hijos es fuente de arrepentimiento profundo, especialmente por la ausencia en sus vidas y las heridas que eso dejó. También cuidó a una hija adoptiva, rescatada de la calle, hasta que la familia biológica reclamó a la menor.
El testimonio de “Hello Kitty” desnuda las grietas del sistema penitenciario y de protección en México, mostrando cómo la exclusión y la violencia generan más violencia. Su vida es un llamado a entender que ni las víctimas son siempre inocentes ni los agresores solo malvados, sino personas marcadas por circunstancias duras y fallas sociales.
Actualmente, María Elena prepara su salida y afirma estar dispuesta a enfrentar su futuro sin recurrir a la violencia, un mensaje tan duro como necesario dentro y fuera de las prisiones.
