La juventud en Argentina ha sido desde siempre un actor central pero cambiante en la política, y hoy se redefine con fuerza en la era digital y tras décadas de movilización y disputas ideológicas. Así lo plantea la historiadora Valeria Manzano en su último libro, donde analiza la “Historia de la juventud en Argentina de los siglos XX y XXI” y su vínculo con la política.
Manzano traza un recorrido claro: desde la exclusividad juvenil de las élites en las primeras décadas del siglo XX, pasando por la incorporación de la escuela secundaria y el servicio militar obligatorio como dispositivos estatales clave. Luego, la aparición de la política de masas con sus juventudes organizadas –como la Unión Cívica Radical y sus ramas juveniles– y el auge de la cultura de masas que definió el “ser joven” a través de radios, revistas y más tarde, la digitalización.
La investigadora con trabajo en el Conicet y docente de la Escuela de Altos Estudios Sociales detalla un fenómeno dual: la juventud como fuerza de renovación crítica y a la vez como motor útil para la expansión capitalista. Ejemplos extremos son la juventud armada y revolucionaria de los setenta y las comunas hippies que cuestionaron la sociedad de consumo.
Con el análisis extendido al siglo XXI, Manzano destaca que las nuevas generaciones ya no manifiestan su fuerza en las calles como en el pasado, sino que transitan la política desde las plataformas digitales. Esa clave explica, además, la emergencia política y social de las juventudes liberales y libertarias de derecha, encabezadas por Javier Milei. Estas juventudes no son clásicamente elitistas ni “hijas de la oligarquía”, pero sí son muy digitales y reaccionarias frente a discursos progresistas y feministas, como el que atravesó la marea de movimientos como Ni Una Menos y las campañas por la interrupción voluntaria del embarazo.
“Hay un componente reactivo frente a un discurso progresista que se ritualiza en la educación y movilizaciones callejeras o digitales,” explica Manzano. Y apunta a un cambio de fondo: el mercado laboral distinto al del siglo XX, marcado por la precarización y las economías de plataformas, que ha perfilado nuevos modos de subjetividad entre la juventud, especialmente entre los varones que postulan el “mejorismo individual” como forma de vida.
Manzano desmonta además un mito frecuente: la idea de que “ser joven es ser de izquierda”. Históricamente, las juventudes, aunque mayormente asociadas a polos radicales, han mostrado trayectorias complejas y múltiples identidades políticas. Por ejemplo, la Federación Juvenil Comunista germinó cuadros después integrados a otros espacios progresistas, pero no todos arraigados al comunismo. Además, sectores juveniles de derecha surgieron desde los años treinta, aunque su lenguaje y métodos hoy mutaron profundamente.
Respecto a la capacidad genuina de las juventudes para empujar cambios, la historiadora subraya que ha oscilado entre vanguardia política y objeto de cooptación o incluso desapego. En las décadas recientes, sobre todo en los noventa, prevaleció un estigma de apatía hacia la política, hasta que reaparecieron nuevos y vigorosos movimientos de participación juvenil.
El nuevo mapa juvenil en Argentina tiene múltiples rostros. Desde la persistencia de segmentos kirchneristas hasta la efervescencia feminista, y la ruptura que representa una derecha digitalizada y antiprogre, la juventud sigue siendo motor y blanco masivo a la vez.
En síntesis, la entrada en el siglo XXI no solo reconfigura las subjetividades políticas juveniles, sino las formas mismas de movilización, desplazando el protagonismo de las calles a las redes digitales y alterando la participación política de manera aún incipiente pero clara.


































