La reciente retirada de la ayuda financiera de Estados Unidos a Colombia marca un fuerte golpe para el país. La decisión llega tras años de fricciones crecientes por la diplomacia errática del gobierno del presidente Gustavo Petro. Su cercanía con el régimen de Nicolás Maduro y las críticas abiertas a las operaciones antidrogas estadounidenses tensionaron la histórica alianza bilateral.
Esto no es una sorpresa para Washington. En septiembre pasado, EE.UU. descertificó a Colombia como aliado importante en la lucha contra las drogas por primera vez desde 1996, un reflejo del fracaso en reducir los cultivos y la producción de cocaína, que ahora están en máximos históricos. La Casa Blanca señaló directamente al liderazgo colombiano como responsable de esta nueva realidad.
Donald Trump fue claro y enérgico: anunció el cese de la asistencia financiera y alista nuevos aranceles para penalizar a Colombia. A pesar de su retórica agresiva, incluso llegando a llamar “líder del narcotráfico” a Petro, la situación actual no es culpa exclusiva de Trump, sino resultado de decisiones del gobierno colombiano.
El daño económico es tangible. La fuerza militar colombiana depende en gran parte del apoyo y cooperación estadounidense. Sin ese respaldo, las capacidades de las Fuerzas Armadas se ven comprometidas en medio de la creciente violencia y problemas de seguridad. La economía nacional también queda vulnerable ante posibles medidas arancelarias que Washington podría imponer.
Petro priorizó una diplomacia marcada por la confrontación y la ideología sobre el pragmatismo necesario para defender los intereses del país. El llamado a la insubordinación de tropas estadounidenses y las críticas directas a los programas antidrogas dejaron a Colombia aislada de un aliado estratégico.
Este conflicto diplomático contrasta con otros gobiernos progresistas en la región, como Brasil o Chile, que han mantenido autonomía sin romper relaciones con EE.UU. La soberanía no se defiende con insultos o rupturas, sino con cooperación y resultados claros.
En el terreno antidrogas, el gobierno se jacta de incautaciones récord de cocaína, pero esto no oculta que la producción y los cultivos crecen sin control. Como señala un experto, más incautaciones reflejan más droga en circulación, no éxito en la estrategia.
El panorama es preocupante: Colombia sufre las consecuencias de una diplomacia desgastada y una política antidrogas ineficaz en momentos clave para su estabilidad económica y seguridad nacional.
El país necesita urgentemente recomponer puentes con Estados Unidos, bajar los tonos de confrontación y retomar estrategias que prioricen resultados reales y cooperación internacional. De lo contrario, la crisis puede profundizarse y afectar a todos los sectores nacionales.
