Gustavo Petro asegura merecer el Nobel de la Paz, pero su gestión sugiere lo contrario. En vez de paz y unidad, su gobierno ha acumulado contradicciones, escándalos y una creciente crisis económica.
El Nobel de la Paz reconoce serenidad, ética y fraternidad. Pero Petro se ha caracterizado por discursos polarizantes, gestos impulsivos y un ego que opaca su liderazgo. Su administración enfrenta cuestionamientos graves de corrupción, como en la UNGRD, con sobreprecios en contratos, y el llamado “nannygate” que implicó chuzadas ilegales en su entorno.
Sumado a eso, la confesión pública de Nicolás Petro sobre el financiamiento irregular de campañas y la fuga de Carlos Ramón González, cercano operador político, manchan la imagen oficial. La corrupción ya no es incidente aislado, sino sistema de lealtades dentro del gobierno.
En el plano internacional, la política exterior de Petro enfrenta críticas. Rompió relaciones diplomáticas con Israel, lo acusó de genocidio y abrazó grupos como Hamas y los hutíes de Yemen, vinculados a Irán, además de mantener cercanía con los regímenes de Maduro y Díaz-Canel. Mientras el mundo busca disminuir tensiones, Petro parece exacerbarlas.
En lo económico, el panorama es apagado. El crecimiento se estanca en 0,8% para 2024, la inversión extranjera cayó un 16%, el déficit fiscal supera el 7,1% del PIB y la inflación en alimentos golpea duro a las clases más vulnerables. Petro frenó la exploración petrolera sin un plan alternativo, incrementó la importación de gas y elevó el gasto público en subsidios insostenibles. La “transición energética justa” que promete se traduce en más desempleo y menos perspectiva económica.
En seguridad, la “paz total” sigue una promesa incumplida. El ELN continúa secuestrando, las disidencias FARC extorsionan y el narcotráfico crece. La reconciliación nacional está lejos. Petro se resiste a la crítica y en cambio ataca a la oposición y a instituciones como el Congreso y las Cortes, buscando una constituyente que le daría poder sin límites.
Petro usa medios públicos para potenciar su figura y desacreditar a los críticos, etiquetándolos de “enemigos del cambio”. Sin prensa libre, la verdad se diluye en propaganda.
Su discurso mezcla utopías y dramatismo más que gestión concreta. Habla de “fin del capitalismo” y “amor universal” cuando Colombia clama por soluciones reales. Más del 70% de los colombianos desaprueba su administración, mientras sectores empresariales y sociales se distancian.
El Nobel de la Paz premia resultados, ética y unidad. Hasta hoy, Petro no ha demostrado tener esas cualidades en lo que va de su gobierno.
