El periodismo español atraviesa una crisis grave al perder su independencia y convertirse en un instrumento del poder político. En los últimos años, una parte significativa de los medios ha optado por ser altavoz del Gobierno de Sánchez en lugar de fiscalizarlo.
Este fenómeno, conocido como “periodismo sanchista”, agrupa a redactores, tertulianos y columnistas que giran en torno al Ejecutivo como si fueran satélites obedientes. Sus líneas editoriales se rigen más por sostener el relato oficial que por cuestionarlo, un síntoma claro del deterioro democrático en España.
La raíz del problema no es solo ideológica, sino estructural. La dependencia económica de los medios hacia el poder político se ha intensificado gracias a subvenciones, campañas institucionales y la publicidad pública. Este entramado crea una “mano invisible” que distribuye favores o castigos según la docilidad de cada medio.
El resultado es un periodismo cautivo que elude investigar, oculta escándalos y maquilla crisis. Titulares diseñados para proteger al presidente superan a la información objetiva. Silencios cómodos y eufemismos se han instaurado para evitar incomodar al Ejecutivo.
“El periodismo que debería incomodar al poder se ha vuelto su cómplice más fiel. En lugar de investigar, repite consignas. En lugar de preguntar, aplaude.”
Quienes desafían este relato oficial son inmediatamente etiquetados con términos descalificadores como “ultra”, “facha” o “antidemócrata”. El lenguaje deja de ser una herramienta para explicar y pasa a ser un instrumento para estigmatizar. Así, muchos periodistas actúan como comisarios políticos, no como guardianes de la verdad.
Esta servidumbre mediática no solo erosiona la credibilidad de los profesionales, sino la confianza ciudadana en la prensa como institución. Cuando el periodista se transforma en militante, la verdad se convierte en arma de partido y el poder carece de contrapesos reales.
España necesita un periodismo libre, incómodo y valiente. No una corte de opinadores al servicio del líder de turno. La democracia se defiende con preguntas difíciles, hechos contrastados y valentía para decir lo que no gusta oír. Pero muchos medios han abandonado esa misión a cambio de subvenciones, contratos públicos o una palmada benévola desde Moncloa.
Mientras existan periodistas dispuestos a arrodillarse ante el Gobierno, la libertad de prensa será solo una frase bonita en los manuales de ética.
 
						
									


































 
					 
								
				
				
			 
							 
							 
							 
							 
							 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				 
				