La extinta Caja de Ahorros de Toledo marcó un antes y un después en la provincia durante casi tres décadas. Fundada en 1956, creció de solo dos empleados a cerca de mil y 173 sucursales, con 450,000 cuentas abiertas antes de su fusión en 1992, que dio paso a CCM.
Un grupo de siete veteranos se reunió el miércoles 29 de octubre en la biblioteca regional del Alcázar para revivir las décadas en las que la entidad no solo ofreció empleo, sino estabilidad y un fuerte vínculo social. “El reto número uno era ser empleado para ayudar a familias humildes”, afirmó Martín Molina, uno de los exdirectivos presentes.
Desde sus oficinas en el histórico Palacio de Benacazón, inauguradas con la presencia del ministro Licinio de la Fuente, la Caja facilitó créditos que permitieron a miles comprar su primera casa en promociones destacadas como Los Bloques o Santa Bárbara.
La plantilla se mantenía fiel gracias a condiciones que incluían préstamos al 3% para empleados. “Una trampa afectiva”, en palabras de Quique Jiménez, que garantizaba compromiso y una plantilla estable. Vicente Romera, veterano con años en la entidad, confesó que “Caja Toledo era donde tenía el corazón”.
El trato personalizado fue la marca de la casa. Sus corresponsales en pueblos sin oficinas, y un trato directo que llamó a la institución un “banco de relaciones humanas”, lograron estrechar lazos con clientes y comunidades. Martín Molina destacó que la burocracia era mínima y que incluso un director de sucursal podía hablar directamente con el director general.
La evolución tecnológica también estuvo presente. En los años 60 todo era manual, con máquinas de sumar y escribir. Araceli Peinado, que llegó en esa década y terminó jefa de Internacionalización, recuerda aquellos tiempos. Tomás Gómez trajo a la entidad sus primeros pasos en informática con ordenadores de válvulas y tarjetas perforadas.
Pero la Caja también fue punta de lanza en la labor social. Creó el primer centro universitario de Toledo en 1969 como extensión de la Complutense, centros de atención para discapacitados y el parque de seguridad vial donde pasaron generaciones de escolares.
Los homenajes a la sociedad eran habituales. Cada 31 de octubre, Día Universal del Ahorro, celebraban sorteos de regalos y viajes poco habituales para la época, como a Canarias. El mayor hito fue en 1991, cuando fletaron un Concorde para llevar a los clientes desde París hasta el aeropuerto de Los Llanos en Albacete, con Martín Molina como jefe de Marketing.
El recuerdo más emotivo fue para Juan Molero Pintado, director general hasta su muerte en 1991 en un accidente de tráfico que sacudió a Toledo. Molero era un líder natural y respetado dentro y fuera de la Caja, clave en su desarrollo durante más de 20 años.
Entre anécdotas y risas, los excompañeros recordaron el ambiente joven y familiar, incluso con carreras con su primer 600, y la caída accidental del director general el primer día de un empleado, que dejó claro que aquellos años eran especiales.
La historia de la Caja de Ahorros de Toledo es espejo de una España en crecimiento, un ejemplo de desarrollo social, progreso económico y estabilidad laboral que hoy parece una utopía.


































