Hace apenas un siglo, las mujeres no tenían derecho a votar en la mayoría de países. Sin embargo, no se quedaron quietas: organizaron marchas, huelgas y protestas para exigir su participación política y cambios sociales profundos.
En lugares como Nueva Zelanda, las mujeres votaron por primera vez en elecciones generales en 1919, pero en Argentina la espera fue mayor. Allí, mucho antes de la ley de voto femenino de 1947 impulsada por Eva Perón, mujeres como Julieta Lanteri abrieron camino. En 1911, Lanteri fue la primera mujer en votar en toda América Latina, y años después se postuló al Congreso pese a la prohibición explícita de votar para mujeres.
El sufragio femenino no sólo pedía igualdad ante las urnas, cuestionaba jerarquías sociales. Las mujeres trabajadoras, que no eran propietarias ni tenían derechos civiles plenos, no entraban en las supuestas votaciones “universales” que solo incluían a hombres. Por eso, la lucha se mezcló con la defensa de derechos laborales y condiciones dignas.
Un ejemplo claro fue Clara Lemlich, líder de la huelga de las camiseras en Nueva York en 1909. Cuando arrestaron a más de 700 trabajadoras en la primera semana, las sufragistas pagaron las fianzas y financiaron el fondo de huelga, reforzando el vínculo entre trabajo y voto.
En Reino Unido, en 1907, 3.000 mujeres participaron en la llamada “marcha del barro” frente al Parlamento, desafiando tormentas y represión policial. Un año y medio después, medio millón salió a la calle en el “Domingo de las mujeres”. La policía clasificó a las sufragistas como “terroristas” y empezó a vigilarlas con cámaras de última generación.
“El empresario vota, los jefes votan; los capataces votan… La trabajadora no” dijo Lemlich para resumir la injusticia.
En Estados Unidos, las sufragistas intentaron que el presidente Woodrow Wilson las recibiera, pero ambos fueron ignorados. Con piquetes en la Casa Blanca y eslóganes como “Señor presidente, ¿cuánto tienen que esperar las mujeres por la libertad?”, reclamaron durante años hasta que las mujeres blancas lograron votar en 1919. Sin embargo, el racismo dividía el movimiento. En la marcha masiva de 1913 hubo columnas segregadas, y figuras como Sojourner Truth y Lucy Parsons lucharon para incluir a las mujeres negras en la agenda.
En Argentina, Lanteri fue pionera también en conectar el voto femenino con la defensa obrera. Durante huelgas y campañas políticas, apoyó a lavanderas y otras trabajadoras precarias para fundar sindicatos y enfrentar a las empresas.
La activista británica Sylvia Pankhurst rompió con sus compañeras porque no quería que la lucha por el voto se separara de la clase trabajadora ni del pacifismo. Pankhurst se fue al East End londinense, ayudó a organizar a las obreras y terminó abrazando el comunismo tras la revolución rusa, dejando claro que el voto era solo un punto de partida para una batalla mucho más amplia.
La historia de las mujeres y el voto no es solo sobre papeletas; es sobre derechos, trabajo, raza y poder. Más que una conquista electoral, fue una guerra social que cambió estructuras y sociedades.

































