Las revueltas urbanas de 2005 sacudieron Francia y por un momento hicieron que el destino de las banlieues fuera tema central en la política nacional. Dos décadas después, el enfoque ha cambiado radicalmente.
Lo que comenzó como protestas sociales en barrios populares se ha ido transformando, hasta quedar reducido a un discurso marcado por la extrema derecha, que limita la discusión principalmente a cuestiones identitarias y de seguridad. La complejidad social y económica detrás de esas revueltas ha pasado a segundo plano.
En otoño de 2005, las llamas y disturbios en las periferias urbanas obligaron a los principales partidos políticos a enfrentar la exclusión y la discriminación que sufren millones de habitantes. La cuestión social volvió a la agenda, aunque de manera efímera.
Hoy, veinte años después, el debate público sobre las banlieues se ha estrechado y radicalizado. La extrema derecha utiliza el tema para alimentar discursos de miedo y división, centrándose en la seguridad y la identidad, dejando de lado las demandas sociales y económicas que motivaron las protestas.
Este giro ha provocado una lenta pero constante relegación del problema social real. El margen para propuestas integrales que atiendan la pobreza, el desempleo y la exclusión se ha reducido frente a un enfoque centrado en la seguridad y el control policial.
Los gobiernos sucesivos han repetido sin mucha innovación la misma receta: refuerzo policial y discursos sobre orden, sin cambios estructurales significativos. La brecha social sigue creciendo y las periferias siguen siendo el epicentro de tensiones persistentes.
Así, lejos de las promesas de 2005, las banlieues permanecen atrapadas en una larga invisibilidad política y en un debate público cada vez más polarizado y polarizante.


































