La influencia de China en la ONU vuelve a escalar con la denegación de acreditaciones de prensa a medios como Epoch Times y su cadena aliada NTD. Durante la Asamblea General celebrada en Nueva York el 22 de septiembre, estos periodistas no pudieron cubrir las sesiones bajo el pretexto oficial de que no cumplían con los criterios de medios, aunque son publicaciones establecidas y traducidas en más de 20 idiomas.
Este no es un caso aislado. Desde hace más de dos décadas, China busca silenciar a estos medios críticos, que ofrecen información no censurada sobre el régimen comunista. En territorio chino, los periodistas de Epoch Times sufren arrestos, torturas y largas condenas, mientras que fuera del país enfrentan hostigamiento, ataques cibernéticos y campañas de desinformación orquestadas desde Pekín.
El control de Beijing va más allá de la censura mediática. Según el informe “China Targets” publicado en abril por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, el régimen ha infiltrado organismos internacionales como la ONU e Interpol para perseguir a disidentes y manipular procesos dentro de estas instituciones.
Infiltración y control en la ONU
El documento revela que desde 2018 se ha duplicado la cantidad de ONG chinas registradas ante la ONU, muchas en realidad fachadas vinculadas directamente al Partido Comunista. Además, Interpol ha sido instrumentalizada para emitir “notificaciones rojas” contra críticos de Pekín, coordinando con fuerzas extranjeras para suprimir voces disidentes.
Expertos consultados durante audiencias en la Cámara de Representantes de Estados Unidos han destacado que varios puestos de alto rango en agencias onusianas están ocupados por funcionarios chinos que influyen en políticas y agendas clave. Andrew Bremberg, exrepresentante de EE.UU. ante la ONU en Ginebra, dijo que en 2019 ya había cuatro agencias dirigidas por chinos y una quinta al borde de sumarse.
Asimismo, Suzanne Nossel, exdirectora del PEN American Center, denunció que Pekín ha usado donaciones millonarias, incluido un aporte de 200 millones de dólares a un fondo de la ONU, para promover su iniciativa geopolítica “Franja y Ruta” dentro de proyectos de desarrollo.
La denuncia más grave proviene de la exempleada de la ONU Emma Reilly, quien testificó en abril ante el Parlamento británico que China ha influido en reportes confidenciales modificando o eliminando críticas a su régimen, especialmente en temas como la represión a uigures o la investigación del origen del COVID-19. También acusó a funcionarios de la ONU de entregar a Pekín los nombres de activistas para facilitar la intimidación y detención de sus familias.
Reilly afirmó que China sobornó a presidentes sucesivos de la Asamblea General para alinear los documentos de Objetivos de Desarrollo Sostenible con su modelo autoritario, lo que pone en duda la independencia de la ONU como foro global neutral.
China ha logrado colocar a numerosos funcionarios en puestos de liderazgo en diversas agencias, una influencia sin precedentes jamás alcanzada por otro país dentro del sistema de la ONU.
El último rechazo a la acreditación de prensa se suma a una estrategia sistemática para marginar a medios que denuncian violaciones de derechos humanos y aplacar cualquier voz crítica en el escenario internacional.
Para Occidente, esta situación debería ser una alarma roja. La manipulación del régimen chino no solo pone en riesgo la transparencia en la ONU, sino que amenaza con convertir la institución en un instrumento más del control autoritario global. Las democracias deben impulsar reformas urgentes para recuperar la independencia y el papel legítimo de este organismo.
