Beijing consolida su influencia en Birmania, apoyando al gobierno militar de Min Aung Hlaing en medio de un conflicto civil que se agrava y críticas por abusos contra civiles.
El Partido Comunista Chino (PCC) rompió años de frialdad política al conceder una audiencia bilateral a Min Aung Hlaing en Tianjin, prometiendo además el respaldo para su ingreso en la Organización de Cooperación de Shanghái. Esto refuerza el rol de Pekín como aliado clave de la junta, que mantiene control sobre las ciudades principales gracias al apoyo chino, a pesar de dominar solo una parte del territorio birmano.
El apoyo chino incluye suministro de armas, respaldo financiero y tecnologías de vigilancia como el «Gran Paraiso», que permite a la junta censurar y controlar Internet, replicando el sistema chino de censura. Expertos señalan que la jefa del régimen militar depende cada vez más de Pekín para sostener su poder.
Mientras tanto, la guerra civil se intensifica con bombardeos constantes, especialmente en áreas donde se ubican inversiones chinas. Grupos armados étnicos como el TNLA y la KIA luchan por controlar sus regiones y recursos, aunque dependen económicamente de China y sienten su presión directa para ceder territorios recuperados a la junta. Esto genera tensiones entre la necesidad de autonomía y la influencia china.
Birmánia alberga la tercera reserva mundial de minerales críticos como disprosio y terbio, indispensables para la industria tecnológica global. China concentra el 90 % del procesamiento de estos minerales y ha trasladado operaciones contaminantes a Birmania, donde la extracción tóxica amenaza gravemente el medioambiente y provoca preocupación en países vecinales como Tailandia.
La presencia del corredor económico China–Myanmar (CMEC) es estratégica: une el Yunnan a un puerto en el Golfo de Bengala, ofreciendo a Pekín acceso directo al océano Índico, una pieza clave para eludir el estratégico estrecho de Malaca y afirmar su influencia en la región Indo-Pacífico.
Estados Unidos y la India también han mostrado interés en los minerales birmanos, pero Pekín controla muchas zonas y manipula las fuerzas locales según sus intereses. La guerra afecta a la población civil, desplazando a miles que huyen hacia la frontera tailandesa para escapar de la violencia y los bombardeos. La comunidad internacional denuncia los ataques a escuelas, hospitales y lugares religiosos.
Críticos señalan que China no quiere una junta demasiado fuerte ni demasiado débil: debe servir a sus intereses como herramienta útil para alcanzar sus ambiciones geopolíticas. Sin embargo, la dependencia de la jefatura militar respecto al PCC genera incertidumbre sobre la estabilidad futura.
Las recientes luchas de «operación 1027», una alianza de grupos rebeldes contra la junta, demostraron la capacidad china para permitir o detener conflictos según su conveniencia, confirmando el papel decisivo de Pekín en el destino de Birmania.
En resumen, mientras Beijing extiende su control económico y militar, crecen las fracturas internas y la crisis humanitaria en Birmania, un foco creciente de tensión en Asia.
