La educación superior en Occidente enfrenta un colapso moral mientras las inscripciones universitarias caen y la salud mental de los estudiantes se deteriora.
Entre 1970 y 2010, las matriculaciones en EE.UU. se duplicaron, pero luego sufrieron un desplome del 15% hasta 2021. Este revés refleja una crisis más profunda que va más allá de cifras. Los jóvenes dudan en dar el paso a la universidad y cuestionan para qué sirve realmente la educación.
El modelo actual trata a los estudiantes como “clientes” y no como aprendices, midiendo el éxito por dotaciones financieras y salario al egresar, no por la calidad humana o el carácter de los graduados. Las universidades han dejado de formar individuos íntegros, enfocándose en habilidades técnicas y utilitaristas.
La filosofía educativa de John Dewey, que desplazó la educación de la formación del carácter hacia objetivos prácticos y relativos, está en el centro de este cambio. Valores antes considerados absolutos hoy se ven solo como construcciones sociales, erosionando el sentido y rumbo moral.
El resultado es una generación capaz, pero moralmente desorientada. Los estudiantes, en busca de sentido, preguntan: “¿Para qué me servirá esto?”, reflejando un vacío espiritual y ético que la educación no sabe llenar.
La pérdida del rumbo humano y espiritual
Antes, la educación tenía como objetivo despertar la razón y la libertad interior, formar personas capaces de discernir el bien, el mal y la belleza. Hoy ese horizonte se ha perdido y las universidades se han convertido en fábricas de técnicos sin brújula moral.
Confucio y Sócrates ya advirtieron hace siglos que el saber sin virtud carece de valor. Sócrates diferenciaba la verdadera libertad como autonomía moral, la capacidad de imponerse una ley interior razonada que va más allá de los mandatos sociales.
Reestablecer la dimensión espiritual en la educación significa reconocer que enseñar es también nutrir el alma, la responsabilidad y el compromiso con el bien común. La formación no debería limitarse a habilidades laborales, sino a formar ciudadanos con principios y propósito auténticos.
Disciplinas clásicas como la literatura, la filosofía y las artes no son hoy prioridad, pese a ser esenciales para el desarrollo integral. Sin ellas, las instituciones fallan en su misión más noble y alientan una generación sin estabilidad ni valores claros.
Este llamado surge de voces en centros como Fei Tian College Northern, que insisten en regresar a una educación que combine competencia y virtud para preparar a individuos que no solo trabajen, sino que también lideren con ética y sentido.
El debate está abierto en Europa y EE.UU., donde la educación superior lucha por mantenerse relevante frente a un panorama donde eficiencia y mercado han desplazado la formación humana.
El desafío es recuperar el alma de la educación antes de que la crisis afecte irreversiblemente tanto a los estudiantes como a la sociedad en su conjunto.
