El 26 de septiembre de 2013 el Racing Club de Lens recibió a su nuevo accionista mayoritario, el empresario azerbaiyano Hafiz Mammadov, en un ambiente que parecía sacado de una película de espionaje. Cinco coches Mercedes blindados y una escuadra de guardaespaldas sorprendieron a todos en el Pré Catelan, París.
Mammadov llegó con la promesa de inyectar cerca de 20 millones de euros para rescatar a un club hundido en la Ligue 2 y devolverlo a la élite del fútbol francés. Su alianza con Gervais Martel, ex presidente emblemático del club, levantó grandes esperanzas entre la afición y la prensa.
Martel, desplazado un año antes y apartado mientras el Crédit Agricole tomaba las riendas financieras, confió en Mammadov tras varios viajes a Bakú para cerrar el acuerdo. En la planificación, Antoine Kombouaré asumió la dirección técnica y se ficharon jugadores acordes a la ambición de ascenso.
Pero el sueño pronto se tornó pesadilla. La gestión del multimillonario fue caótica y marcada por la opacidad, además de un estilo distante con las reglas habituales del fútbol francés. Mammadov, lejos de estabilizar la situación, casi arrastra al club a la quiebra.
Hoy el Lens recuerda aquella época como un capítulo turbulento que casi destruye a uno de sus símbolos deportivos. La llegada triunfal terminó en un conflicto económico profundo y un riesgo real para la supervivencia del club.
Con el partido de Francia frente a Azerbaiyán esta semana, la historia de Mammadov resuena como recordatorio de cómo un inversor extranjero puede poner en peligro un proyecto deportivo serio cuando faltan transparencia y rigor.
