En Alsacia, cerca de Estrasburgo, un hombre ha creado un servicio poco común pero cada vez más demandado: la limpieza y mantenimiento de tumbas para familias ausentes o que no pueden cuidar a sus difuntos. Se llama Christian Mallo y en los cementerios de Schiltigheim y alrededores ofrece desde hace dos años trabajos que van desde cortar la maleza hasta restaurar piedras con dorados en hoja de oro.
Su empresa, Eternelle pensée, atiende tanto a clientes locales como a expatriados y personas mayores enfermas que no tienen acceso a los cementerios. Christian usa herramientas que incluyen pinzas, cepillos, jabón negro y un hidrolimpiador a baja presión para preservar las lápidas de granito, mármol o piedra natural. Una limpieza rutinaria puede llevarle unas dos horas, pero lleva casos que requieren hasta tres días de trabajo.
“Mi clientela está en todo el mundo: desde Estados Unidos, Canadá hasta China,” cuenta Mallo. La tarifa mínima es de 80 euros. Explica que algunos prefieren contratar a un profesional porque visitan la tumba les resulta demasiado doloroso o simplemente no tienen tiempo. “Es un servicio que reconforta a los vivos”, añade.
En el cementerio, personas como Bernard que cuidan personalmente las tumbas de sus familiares aplauden la idea. “Si no se puede, que alguien haga este trabajo es una buena solución”, dice mientras planta flores junto a su familia.
Mallo asegura que el trabajo también le satisface por otras razones. “Me gusta la calma y la biodiversidad del cementerio, y también conocer a la gente que me contrata”, explica. Lo que empezó como empleo es hoy una labor que une tradición, memoria y servicio en tiempos donde el tiempo y la distancia complican el homenaje familiar.

































