Burkina Faso sigue atrapado en una espiral violenta donde los Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP), brazo armado civil impulsado por el presidente de la junte, Ibrahim Traoré, no han podido cambiar el rumbo del conflicto contra grupos yihadistas.
Desde la toma del poder hace tres años, Traoré ha apostado todo a este contingente que actúa como suplente de las Fuerzas Armadas regulares. Sin embargo, su despliegue masivo no ha resultado en avances significativos ni en la recuperación de territorios perdidos frente a los insurgentes.
Soldados y VDP figuran diariamente en primera línea en múltiples frentes, pero varias fuentes y análisis recientes destacan que estas milicias sufren crisis de control y se enfrentan a acusaciones crecientes de violaciones y abusos contra civiles. Estos hechos complican aún más la ya delicada situación humanitaria y política del país.
La estrategia central que pretendía reforzar la defensa nacional con fuerzas locales muestra sus límites en un escenario donde la violencia y la fragmentación aumentan. La junte, que prometió acabar con la expansión de los yihadistas, no ha cumplido hasta ahora, y la inseguridad persiste en numerosas zonas del territorio.
El desplazamiento masivo de personas, el temor permanente y la falta de acceso a servicios básicos siguen siendo la tónica en las regiones afectadas. Mientras la comunidad internacional vigila con preocupación, Burkina Faso lucha por encontrar un camino que detenga el avance y proyecte estabilidad.
El reto es doble: frenar a grupos armados cada vez más sofisticados y recuperar la confianza de una población golpeada por años de violencia y abusos. Los VDP, simbolizando la apuesta de Traoré, enfrentan una prueba compleja sin signos claros de éxito por el momento.

































