Rusia intensifica su ofensiva en África, combinando diplomacia, seguridad y economía para reforzar su influencia, pero las cifras y resultados hasta ahora no cumplen las expectativas.
El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, aseguró en junio que Rusia buscaba “desarrollar de manera global” sus relaciones económicas con África, enfocándose en inversión y comercio. En los últimos meses, Moscú ha multiplicado los anuncios de grandes proyectos, incluyendo la estatal nuclear Rosatom en varios países africanos.
Pero la realidad en terreno es más complicada. Pese a la retórica oficial, los montos concretos invertidos son limitados y fragmentados. Los contratos con frecuencia se atascan o quedan en papel, y la capacidad rusa para competir con otras potencias como China o la India en el continente es cuestionable.
El contexto global también juega en contra de Moscú. Europa y Estados Unidos aún mantienen fuertes lazos económicos y políticos con muchos países africanos, donde Rusia apenas logra posicionarse más allá de su tradicional presencia militar o diplomática.
Expertos citados por la periodista Louise Margolin subrayan que la estrategia rusa muestra más ambición que sustancia, y que su influencia económica quedará por debajo de la esperada, a pesar del discurso oficial.
En definitiva, Moscú impulsa su agenda en África como una potencia emergente, pero la dimensión económica sigue siendo un poderoso desafío para su expansión real en el continente.
