Tras casi dos décadas de negociaciones intermitentes, la Unión Europea y la India están más cerca que nunca de cerrar un acuerdo de libre comercio con fecha límite en 2025. Estas conversaciones, iniciadas en 2007, se habían estancado por burocracia europea y reticencias indias. El renovado impulso responde a presiones comerciales internacionales, con Estados Unidos imponiendo aranceles a exportaciones claves de India y Europa buscando socios fiables fuera de China y EE.UU.
Este acuerdo uniría dos gigantes: más del 25% de la población mundial y un PIB combinado que rivaliza con China. Pero las diferencias son profundas. La UE exige a India reducir drásticamente sus altos aranceles en autos, vinos y productos lácteos, industrias europeas con fuerte peso económico y cultural. India resiste, temiendo un impacto devastador en sus sectores locales, donde los agricultores ya protestan contra importaciones baratas.
Por otro lado, India pide mejor acceso para sus textiles, productos farmacéuticos y agrícolas al mercado europeo. Bruselas se mantiene firme, sin concesiones desiguales. Este tira y afloja simboliza la tensión clásica entre protección y apertura, más aguda que nunca.
Barreras regulatorias y servicios en juego
Más allá de los aranceles, las barreras “no tarifarias” complican todo. Las estrictas normas europeas sobre seguridad alimentaria, medioambiente y propiedad intelectual suponen un obstáculo costoso para exportadores indios. En el sector servicios, India quiere reconocimiento de diplomas y facilitar la movilidad de profesionales indios, especialmente en tecnología. Europa, bajo presión política interna y sensibilidad migratoria, duda abrirse plenamente.
La negociación trasciende lo económico: es cuestión de confianza, soberanía y control. Ante tensiones globales como las controversias sobre visas en EE.UU. o la deteriorada relación Canadá-India, la UE protege su mercado de servicios mientras India busca preservar industria y agricultura.
El choque ambiental y el pulso del arroz basmati
El mecanismo europeo de ajuste de carbono –gravando importaciones intensivas en CO2– es un punto crítico. India denuncia esta medida como un arancel disfrazado que no respeta su nivel de desarrollo ni sus emisiones per cápita, vital para su creciente demanda energética. Europa, sin embargo, mantiene que la lucha contra el cambio climático es irrenunciable.
Otra batalla es la protección del nombre “Basmati”, que India reclama exclusivo para sus exportaciones. Pakistán, también exportador del arroz, se opone. La UE, habituada a defender indicaciones geográficas como champagne o gruyère, está en medio de una disputa regional sensible. Solo un arreglo que permita acceso a ambos países parece viable.
Indios y europeos en busca de un nuevo equilibrio
India ve en este acuerdo una tabla de seguridad frente a la incertidumbre comercial con EE.UU. y China. Quiere asegurar mercados para su industria intensiva en mano de obra, reducir costos y no ser víctima de normas europeas como excusa para el proteccionismo. La defensa de sus indicaciones geográficas es también una cuestión de soberanía nacional.
Para Europa, se abre una vía estratégica para reforzar su posición en Asia sin caer en rivalidades ni dependencias extremas. El éxito del pacto que espera para finales de 2025 sentará un precedente en la arquitectura comercial mundial: ¿es posible armonizar comercio, medioambiente y soberanía en un mundo multipolar y fragmentado?
En juego no están solo los aranceles o el arroz, sino el futuro mismo de la integración económica y política global.
