Las Vegas endurece la vigilancia sobre los riegos de césped privados, una de las mayores fuentes de consumo de agua en esta ciudad del desierto de Nevada. La policía del agua patrulla desde temprano en barrios residenciales para detectar y sancionar regueros fuera de horario, con multas que pueden llegar a 1280 dólares.
Aunque los casinos y sus fuentes descomunales siguen usando agua sin restricciones visibles, en las casas particulares cualquier gota que se derrame en la vía pública se considera una infracción grave. “
Hay agua que corre por la acera, eso no está permitido
”, explica una agente encargada del control, que usa videos para documentar cada caso con precisión.
Las reglas son estrictas: en primavera y otoño solo se permiten tres riegos por semana, y en invierno uno solo. Hoy, por ejemplo, la patrulla detectó fugas de tuberías que también se consideran infracciones, y regresarán para confirmar que se reparen.
Con una población que supera los 2 millones, y unas condiciones climáticas que empeoran tras décadas de sequías crónicas, el consumo total de agua ha logrado reducirse en un tercio en veinte años, aunque aún no basta.
Parte clave del plan es eliminar césped: el municipio prohíbe la instalación en casas nuevas y ofrece 50 dólares por metro cuadrado para sustituirlo por grava, ya retiraron más de 180,000 m² desde hace tres décadas. También limitan el tamaño de piscinas nuevas a un máximo de 56 m² para controlar el gasto.
Las intervenciones diarias de la policía de agua oscilan entre 20 y 50, y aunque hay quejas por exceso de rigor, las autoridades advierten que la crisis hídrica obliga a medidas duras.
El desafío para Las Vegas es mayúsculo: mantener reservas y evitar un colapso mientras sigue siendo uno de los destinos turísticos más populares del mundo—recibiendo casi 40 millones de visitantes al año. El debate sobre si limitar el turismo ya está en la mesa, pero hoy la prioridad está en hacer cada gota contar.
