El presidente malgache Andry Rajoelina nombró este lunes a un militar, el general Ruphin Fortunat Dimbisoa Zafisambo, primer ministro en un intento por contener la crisis política que sacude a Madagascar desde hace doce días.
Zafisambo, exdirector de gabinete y poco conocido por el público, asume el cargo luego de que Rajoelina destituyera a su gobierno la semana pasada tratando de apaciguar las manifestaciones que colapsan la capital, Antananarivo. A pesar del cambio, las fuerzas de seguridad dispersaron con gases lacrimógenos y balas de goma a cientos de manifestantes este lunes, día diez del levantamiento.
El movimiento comenzó el 25 de septiembre como protesta por las constantes y prolongadas cortes de agua y electricidad. Según un joven manifestante, Tommy Fanomezantsoa, “hay unas 120 horas de apagones a la semana. Manifestamos por todos, pero el presidente no escucha la rabia del pueblo.”
Las tensiones subieron tras múltiples enfrentamientos, con al menos un herido grave y veinte muertos reportados por la ONU, cifra negada oficialmente por el gobierno. Además, la protesta se extendió a la ciudad sureña de Toliara, donde manifestantes quemaron neumáticos en las calles.
El colectivo juvenil Gen Z lanzó un ultimátum de 48 horas al presidente para responder a sus demandas, advirtiendo que tomarán “todas las medidas necesarias” si no obtienen respuestas.
En un discurso de casi 30 minutos, Rajoelina calificó a su nuevo primer ministro como “un hombre íntegro, rápido y abierto al diálogo”. Intentó calmar los ánimos apelando a la unidad nacional y señalando que el verdadero enemigo es la pobreza, la corrupción y el abuso de poder, las principales quejas de los manifestantes.
“Nuestro enemigo no es nosotros entre malgaches, sino la pobreza y la corrupción”, dijo Rajoelina.
Por su parte, el Consejo Cristiano de Iglesias de Madagascar (FFKM) se ofreció a mediar para acercar posturas entre el poder y la oposición, aunque por ahora las protestas siguen activas y la capital permanece fuertemente militarizada.
Los próximos dos días serán cruciales. Si el gobierno no logra calmar los ánimos ni ofrecer soluciones visibles, la crisis política podría agravarse y extenderse aún más afuera de Antananarivo, poniendo en jaque la frágil estabilidad de esta isla del océano Índico.
