Más de 140 000 personas tomaron las calles de Bruselas este martes, en una de las mayores movilizaciones en Bélgica en una década. Los manifestantes protestaron contra las reformas del gobierno Arizona, en medio de una fuerte represión policial.
El movimiento contra el gobierno que combina liberales francófonos, nacionalistas flamencos y socialistas desde hace un año crece en intensidad. La manifestación del 14 de octubre fue convocada por el frente común sindical, que optó por centralizar la protesta en Bruselas, limitando piquetes de huelga en otras regiones salvo algunos puntos clave como la ULB o el CHU Saint-Pierre.
El impacto fue inmediato: huelgas y protestas afectaron sectores como el transporte público (STIB) y los aeropuertos de Zaventem y Charleroi, donde se cancelaron casi todos los vuelos. Miles llegaron desde provincias: se calcula que 25 000 de Lieja y 6 000 de Charleroi viajaron en tren o autobús para participar.
La bronca contra el gobierno Arizona es profunda. El ejecutivo impulsa reformas que endurecen las condiciones laborales, reduce servicios públicos y seguridad social, y favorece desgravaciones fiscales a ricos y multinacionales. Entre las medidas más polémicas están los recortes en pensiones para mujeres, la flexibilización laboral en sectores feminizados y la persecución de personas con enfermedades crónicas.
Paralelamente, el presupuesto militar se aumentará para cumplir con el 2% del PIB impuesto por la OTAN, mientras el gobierno respalda el bloqueo en Palestina y criminaliza las protestas pro Gaza. Detenciones arbitrarias y nuevas leyes con tintes racistas y liberticidas marcan la agenda desde enero.
La protesta se encontró con una respuesta policial violenta. Fuentes reportan ataques durante acciones contra el Office des Etrangers, uso arbitrario de gas lacrimógeno incluso cerca de niños y bebés, y división forzada de las marchas. Varios manifestantes fueron arrestados, algunos judicializados. El ministro de Defensa, Theo Francken, ya propuso el uso de armas menos letales como bolas de goma tras los incidentes, aludiendo a “disturbios” que no se vieron en la calle.
Esta brutalidad creciente genera críticas. El Partido del Trabajo de Bélgica (PTB) y varias direcciones sindicales, aunque condenan la violencia, mantienen una actitud conservadora frente a la protesta, aferrándose al diálogo social y sin un plan claro para endurecer la lucha.
Un movimiento dividido sobre la estrategia
La movilización muestra disposición pero carece de coordinación para convertir el descontento en fuerza real. El frente sindical anunció una reunión para decidir los próximos pasos para el 21 de octubre, demasiada demora para los activistas activos en los centros de trabajo y estudio.
Hay anuncios de huelgas próximas: los ferroviarios planean paro del 24 al 26 de noviembre y otra semana de huelga del 8 al 12 de diciembre. La CGSP del sector público también anunció huelga el 25 de noviembre. Sin embargo, los líderes sindicales como Thierry Bodson de la FGTB hablan en términos muy generales, sin un verdadero plan de batalla ni exigencia clara hacia una huelga general prolongada.
El mensaje político del ejecutivo es tajante. Durante la marcha, el líder del MR celebró en vivo que millones siguieran trabajando ese día, desdiciendo a los manifestantes e intensificando la confrontación. Crece la sensación entre sindicalistas y trabajadores de que solo una huelga general indefinida puede forzar la caída del gobierno Arizona.
La protesta regresó con fuerza tras un enfriamiento en primavera y fortalece su oposición al gobierno, pero sin una estrategia más contundente el movimiento se enfrenta a un callejón sin salida.
Las próximas semanas serán decisivas para definir si las movilizaciones aisladas se transforman en un pulso real capaz de frenar las reformas del ejecutivo belga.
