Desde el cese del fuego el 10 de octubre, miles de palestinos desplazados en Gaza no pueden regresar a sus hogares porque están bloqueados detrás de la llamada «línea amarilla», marcada por el ejército israelí. Esta línea delimita una franja que atraviesa varias ciudades y barrios, dejando a muchas familias atrapadas en tiendas improvisadas al aire libre.
Hani Abou Omar, un hombre de 40 años que perdió su casa en Beit Lahia, resume la desesperación: «Me gustaría siquiera montar una tienda frente a la puerta de mi casa». Pero su hogar, al norte de Gaza, queda fuera del territorio al que puede regresar. Vive con su familia en una tienda de plástico sin protección, sufriendo enfermedades de piel y escasez de agua.
En al-Zawayda, cerca de Deir el-Balah, cientos de refugiados palestinos han improvisado campamentos extendidos en el desierto, con cocinas al aire libre y refugios que no resisten ni el frío ni el calor. La Defensa Civil, bajo control Hamas, insta a asegurar las tiendas para evitar accidentes y recomienda evitar cualquier edificio que corra riesgo de derrumbe tras los bombardeos.
El ejército israelí ha colocado bloques de cemento amarillos que marcan esta línea y advierte constantemente que nadie se acerque a las tropas desplegadas. Sin embargo, la línea exacta sigue siendo confusa para muchos habitantes, que no tienen claro hasta dónde pueden volver. La zona detrás de esta frontera sigue siendo peligrosa y varios incidentes mortales fueron reportados, atribuidos a operaciones militares contra «amenazas».
Según datos de la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), solo el 10% de los desplazados internos de Gaza vive en edificios de la UNRWA adecuados como refugios. La gran mayoría permanece en sitios improvisados, superpoblados y peligrosos. Más de un millón de comidas calientes son distribuidas cada día desde el alto el fuego, y algunas panaderías apoyadas por la ONU han reabierto en el norte, pero el acceso a trabajo y dinero es casi inexistente.
Sanaa Jihad Abou Omar, otra desplazada, lo resume sin rodeos: «No tenemos dinero para comprar nada porque no hay trabajo ni ingresos». La ayuda llega, pero no basta para cubrir las necesidades básicas de miles de familias que se enfrentan al invierno bajo tiendas y ruinas todavía sin reconstruir.
































