Indonesia enfrenta una crisis ambiental y social provocada por millones de toneladas de residuos plásticos ilegales importados de países occidentales, incluida Francia. Cada día, 7,500 toneladas de basura llegan al mayor vertedero municipal al sur de Yakarta, donde sobreviven y trabajan más de mil personas, entre ellas niños, mujeres y ancianos.
Erwin, un niño de 14 años, pasa jornadas agotadoras bajo 35 grados recogiendo plástico entre montañas de basura. Su padrastro, Sadraï, perdió su trabajo y ahora vive en un enorme barrio marginal junto al vertedero, donde las familias dependen exclusivamente de la venta del plástico recolectado para sobrevivir.
“La primera vez que vine, el olor me enfermó”, dijo Sadraï en un reportaje de TF1. “A veces no puedo abrir los ojos por la cantidad de moscas”
Estas personas trabajan en condiciones ilegales, a menudo soportando graves riesgos para su salud. Además de la contaminación ambiental, niños como Arki, nieto de Souwati, sufren enfermedades vinculadas a la contaminación plástica que contamina el agua y el entorno.
El puerto de Surabaya, una ciudad clave, recibe diariamente cientos de contenedores con residuos que supuestamente están compuestos solo por cartón reciclable, pero que en realidad contienen entre un 10 y 30% de plástico. Estas mezclas costosas de separar llevan a que los residuos plásticos sean trasladados hasta aldeas remotas para que familias pobres los clasifiquen manualmente durante semanas.
Souwati, una mujer mayor, pasa quince días separando plástico del cartón para vender el material útil por apenas 85 céntimos el kilo. El plástico sobrante termina tirado en la naturaleza, agravando la contaminación local.
Indonesia cuenta con más de 3.5 millones de personas que dependen de esta economía informal del plástico. El destino final de toneladas de residuos ilegales incluye barrios marginales, donde las condiciones de vida son precarias y la salud pública está en grave riesgo.
La situación revela un problema internacional complejo donde la falta de responsabilidad de los países exportadores, la insuficiente regulación y la pobreza extrema llevan a un círculo vicioso de explotación humana y daño ambiental severo que ya afecta a toda una generación.
Este fenómeno también pone en evidencia la fragilidad de los sistemas de reciclaje occidentales y las consecuencias reales que el rechazo del residuo tiene para las comunidades más vulnerables del mundo.
