Kenya vuelve a enfrentarse a la sombra de un culto letal que sembró terror hace dos años. En el pequeño pueblo de Binzaro, a solo 30 kilómetros del lugar donde en 2023 se descubrieron más de 450 cuerpos en Shakahola, la policía exhumó 34 cadáveres y 102 fragmentos humanos en un terreno baldío.
Las autoridades empezaron las investigaciones tras la fuga de un fiel en julio que denunció muertes entre sus hijos en el lugar. Al parecer, la secta, liderada inicialmente por el pastor autoproclamado Paul Nthenge Mackenzie, quien incitó a sus seguidores a ayunar hasta la muerte para “encontrar a Jesús”, sigue activa a pesar del escándalo que conmocionó a Kenia en 2023.
El activista de derechos humanos Victor Kaudo, participante en la exhumación, describe la escena: “Hay tantas tumbas”. A diferencia de Shakahola, donde los cuerpos yacían en fosas comunes, en Binzaro enterraron a las víctimas individualmente bajo una capa delgada de tierra cubierta de ramas, lo que facilitó el acceso de hienas y dispersó los restos.
Las excavaciones se pausaron en agosto porque la morgue local está saturada, aunque ya hay otras tumbas identificadas que no pueden abrirse por falta de espacio. La policía detuvo a 11 personas relacionadas con Binzaro, incluyendo a exmiembros de la secta y a Sharleen Temba Anido, señalada como la presunta instigadora del segundo massacre. Su esposo habría fallecido por las “creencias religiosas extremas”, según documentos judiciales.
La Fiscalía presentó cargos por asesinato, radicalización y crimen organizado, y Anido junto a tres coacusados, permanecen en prisión preventiva tras ser llevados al tribunal de Malindi.
Robert Kiinge, oficial de la Dirección de Investigaciones Criminales (DCI), contó que los fieles eran trasladados en moto de noche desde una base en Malindi hacia Binzaro en pequeños grupos; nadie que entraba salía con vida.
Vuelve el horror de Shakahola, ahora más oculto
Un abogado vinculado al caso confirmó que ambos asesinatos están relacionados, pero Binzaro “fue manejado con más astucia”. Según él, la secta aprendió del juicio anterior y adaptó sus métodos para disimular las evidencias.
Los vecinos de Binzaro aseguran desconocer la presencia de la secta, que operaba en los márgenes del pueblo. “Tuvimos Shakahola uno, luego Shakahola dos. ¿Habrá un Shakahola tres? Tenemos miedo”, dice un joven de 32 años que pidió anonimato.
Victor Kaudo denuncia además la pasividad política: “Los políticos llenan iglesias por conveniencia electoral, pero evaden leyes más estrictas contra estos grupos religiosos, prometidas tras el primer desastre”. En un país donde la pobreza y la falta de infraestructura como agua potable persisten, este vacío legal alimenta tragedias que se creían cerradas.
Por ahora, las autoridades siguen buscando más cuerpos y deteniendo responsables, aunque la morgue casi no puede recibir más restos. La pesadilla inicia otra vez en la costa keniana, donde el turismo contradictoriamente convive con estas atrocidades ocultas en el interior del país.
