El fútbol ecuatoriano vive su peor crisis en décadas. En apenas treinta días, tres jugadores profesionales fueron asesinados tras negarse a ceder a las amenazas de redes criminales que operan en el deporte nacional.
El caso más reciente ocurrió hace una semana en Esmeraldas, donde Jonathan Gonzalez, conocido como “Speedy”, fue ejecutado a tiros frente a su casa. Tenía 31 años y jugaba en la segunda división con el club 22 de Julio. Su crimen: negar el amaño de un partido que terminó 1-1, frustrando a mafias que presionan a futbolistas para manipular resultados.
Antes de su muerte, Gonzalez recibió una serie de amenazas: desde disparos a su coche hasta llamadas intimidatorias dirigidas a su madre. Su asesinato pone en evidencia la violencia extrema con que se aseguran apuestas ilegales en Ecuador.
Este caso se suma a la muerte de dos futbolistas más, Maicol Valencia y Leandro Yépez, ambos de la tercera división, hallados sin vida en un hotel pocos días antes. Según un informe de la ONU, estos casos forman parte de una red compleja de lavado de dinero vinculada a los juegos de azar deportivos, un terreno fértil para el crimen organizado.
Las mafias, encabezadas por el peligroso grupo Los Choneros, utilizan el fútbol como fachada para lavar dinero. El exentrenador Nelson Tapia confirmó la relación directa entre bandas narco y equipos como Exapromo Costa, versión renovada del club que tenía vínculos con el narcotraficante Adolfo Macías, alias “Fito”. Tapia advirtió:
“Hay muy buenos jugadores, quiero sacarlos de ahí antes de que terminen muertos.”
La infiltración mafiosa golpea duro en divisiones bajas, donde salarios precarios hacen a los jugadores vulnerables a sobornos o amenazas. La Liga ecuatoriana reporta ya cinco partidos amañados esta temporada sólo en segunda división.
El fenómeno llega a niveles que obligan a estrellas nacionales a exiliarse. El mejor goleador de la selección, Enner Valencia, rechazó volver al país para proteger a su familia. En 2023 denunciaba el secuestro de su hermana como advertencia directa contra su entorno.
Mientras Ecuador se prepara para el Mundial de 2026, la sombra de la mafia mantiene al fútbol nacional en estado de alerta máxima. El presidente Daniel Noboa ha intensificado operaciones contra el narcotráfico, pero la criminalidad dentro del deporte sigue galopante y violenta.
Las autoridades policiales investigan, pero cuesta romper la red de corrupción que atraviesa clubes y amenazan la vida de quienes se niegan a plegarse. El fútbol ecuatoriano está atrapado en un infierno silencioso donde la integridad cuesta demasiado caro.
