Donald Trump se presentó ante la ONU el 23 de septiembre anunciando el fin de “siete guerras en siete meses”, entre ellas los conflictos en la región de los Grandes Lagos.
El 1 de octubre, RDC y Ruanda tenían que comenzar la fase de implementación del acuerdo de paz firmado en Washington meses atrás, centrado en el aspecto de seguridad. Pero ni en Kinshasa ni en Kigali la confianza está consolidada. Los viejos recelos y desconfianzas siguen bloqueando avances reales en terreno.
Este acuerdo, impulsado por Trump y sellado en una reunión donde participaron la ministra de Asuntos Exteriores congoleña Théresse Kayikwamba Wagner y su homólogo ruandés Olivier Nduhungirehe, prometía poner fin a décadas de enfrentamientos y rebeliones en la región del Kivu, eje de violencia y desestabilización en el este de la RDC.
Sin embargo, fuentes locales y analistas alertan que las promesas presidenciales se enfrentan a una realidad mucho más compleja. Las milicias armadas siguen activas en el terreno, y la cooperación entre los dos países, históricamente marcada por rivalidades y acusaciones cruzadas, sigue siendo frágil.
La comunidad internacional observa con cautela. El despliegue efectivo de fuerzas de paz y la vigilancia para evitar reactivaciones violentas serán decisivos en las próximas semanas.
Para Trump, este acuerdo es un triunfo internacional clave, una demostración de su supuesta capacidad para cerrar conflictos aparentemente “sin salida”. Pero en Kivu, la incertidumbre reina y la violencia aún no da señales claras de retroceder.
