En Maracay, a 100 km de Caracas, la base aérea El Libertador se ha transformado en el epicentro de un programa de drones militares que involucra a Venezuela, Irán, Rusia y China. Ingenieros venezolanos trabajan junto a consejeros iraníes en la fabricación de fuselajes y ensamblaje de drones de ataque, versión local de modelos iraníes como Shahed y Mohajer.
El proyecto, presentado oficialmente como un esfuerzo de “tecnología soberana”, es en realidad un laboratorio de guerra híbrida regional, según fuentes militares y de inteligencia. Irán controla el acceso a las instalaciones y supervisa la producción, imponiendo un esquema cerrado inspirado en sus propias fábricas militares.
El programa comenzó en 2006 bajo Hugo Chávez con acuerdos civiles de 28 millones de dólares que disfrazaron transferencias tecnológicas militares esenciales. Desde entonces, la cooperación se ha intensificado, y tras el fallido ataque con drones explosivos contra Nicolás Maduro en 2018, el régimen dio un impulso definitivo creando la Empresa Aeronáutica Nacional en 2020.
Hoy, Venezuela monta drones de reconocimiento, ataque y kamikaze. Sin embargo, expertos occidentales dudan de la capacidad industrial del país para una producción masiva y señalan que el programa depende totalmente de componentes importados y asesoría extranjera.
Este avance responde a una estrategia de “guerra infinita” diseñada por el eje autoritario formado por Rusia, Irán, China y Corea del Norte, que utiliza conflictos prolongados y tecnologías asimétricas para erosionar democracias y proyectar poder. Venezuela ofrece recursos estratégicos como petróleo y oro a cambio de tecnología bélica y formación militar.
La llegada de drones Mohajer-6 y misiles Qaem desde 2020, pese a embargos internacionales, confirma la escalada. Misiones de carga regulares entre Teherán y Caracas transportan piezas electrónicas y personal que usa los mismos protocolos que en Irán y Rusia.
En septiembre 2025, el ministro de Defensa venezolano Vladimir Padrino López anunció el despliegue de 15.000 soldados y drones cerca de la frontera con Colombia, un movimiento interpretado por el CSIS como una demostración de fuerza más que una defensa territorial.
Este programa no busca ocupar territorio, sino dominar percepciones y mantener activas tensiones regionales. La economía venezolana caída y la dependencia de potencias extranjeras convierten al país en una plataforma de ensayo militar y político para actores revisionistas en América Latina.
El zumbido de los drones en Maracay marca una nueva etapa para la región: un laboratorio de guerra tecnológica que sirve a intereses globales y expone las limitaciones reales del poder de Caracas.
