La Aichi Triennale 2025 abrió esta semana en Japón con una mezcla de arte, política y controversia. Bajo el título A Time Between Ashes and Roses, la exposición se centra en la intersección entre medio ambiente, derechos indígenas y justicia global.
La directora artística, Hoor Al-Qasimi, no ocultó su postura política durante la conferencia de prensa:
“Ninguno de nosotros es libre hasta que todos seamos libres. Libre Palestina.”
La declaración causó reacciones dentro y fuera del evento, reafirmando el compromiso del festival con causas internacionales y la denuncia del colonialismo.
La muestra incluyó obras de artistas palestinos como Basel Abbas y Ruanne Abou-Rahme, cuya instalación sonora sumergió a los asistentes en la cultura del Oriente Medio, así como piezas de otros colectivos asiáticos y aborígenes australianos que dialogan con temas locales y globales.
Sin embargo, la inauguración no estuvo exenta de tensión. Dos manifestantes irrumpieron con pancartas exigiendo que los artistas presionen para que la prefectura de Aichi suspenda la colaboración tecnológica con Israel. Bajo fuertes gritos en inglés, la protesta encontró eco entre figuras como Michael Rakowitz, quien apoyó públicamente la acción. No obstante, la mayoría del público mantuvo la calma y siguió con sus conversaciones.
La controversia abre otra grieta en la confrontación entre posturas globales y sensibilidades locales. Japón mantiene un delicado equilibrio político respecto a su propio pasado colonial y sus alianzas internacionales, dejando fuera de debate temas históricos sensibles como las mujeres de confort y la responsabilidad del país en las guerras asiáticas. A pesar de cumplir 80 años desde su rendición en la Segunda Guerra Mundial, las narrativas oficiales evitan críticas profundas sobre la historia militar de Japón.
El festival se extendió a la ciudad de Seto, famosa por su cerámica. Allí, artistas como Robert Andrew establecieron un diálogo entre su obra y el entorno natural y cultural, destacando conexiones con pueblos aborígenes y la historia local. Otras instalaciones ocuparon sitios poco convencionales, como un antiguo baño y una escuela cerrada, ampliando el impacto del evento más allá de los museos tradicionales.
Por la noche, un concierto en Nagoya unió a artistas de distintos orígenes y locales en una muestra vibrante de resistencia cultural y expresión musical, dejando en evidencia cómo la Triennale también se ha convertido en punto de encuentro para activismo y comunidad.
A pesar de las discusiones políticas, la respuesta del público fue mayoritariamente pacífica y participativa, mostrando la complejidad de llevar discursos geopolíticos a un festival de arte con una audiencia mixturada y sensibilidades dispares.
Este año, la Aichi Triennale dejó claro que, en plena era global, el arte sigue siendo un escenario para reclamar justicia y cuestionar historias oficiales, aunque el choque con realidades locales siga siendo un factor inevitable.
