Hoy se cumplen dos años del genocidio en Gaza, un conflicto que ha quedado olvidado en gran parte de los medios, mientras Occidente sigue alimentando el silencio y la inacción.
Lo que comenzó como la respuesta israelí al ataque sorpresa de Hamas el 7 de octubre de 2023 ha derivado en una masacre sistemática que no se entiende solo por la violencia de aquel día, sino por décadas de opresión y deshumanización del pueblo palestino, con la plena complicidad de aliados occidentales.
Israel, apoyado incondicionalmente por Estados Unidos y el Reino Unido, mantiene un bloqueo brutal de Gaza, un territorio con dos millones de habitantes, la mitad niños. A pesar de las imágenes que documentan diariamente la crisis, la narrativa oficial reduce la tragedia a “autodefensa” e ignora el contexto histórico: expulsiones, vigilancia extrema y embargo total que están detrás de la radicalización de la población palestina.
Encuestas recientes revelan un negacionismo y respaldo masivo en Israel hacia la masacre. Un 64% de los israelíes creen que no hay inocentes en Gaza, y casi la mitad apoya la aniquilación total de la población, incluidos sus niños. Este consenso facilita la continuidad del genocidio bajo gobiernos como el de Benjamin Netanyahu.
En el Reino Unido, el gobierno de Keir Starmer reprime cualquier protesta pro-Palestina, incluida la criminalización de la resistencia a la guerra y un discurso oficial que califica las manifestaciones contra los crímenes en Gaza como “faltas fundamentales a la identidad británica”. La ministra del Interior Shabana Mahmood propone limitar el derecho de protesta, alegando su “impacto acumulativo” contra el gobierno.
El llamado “plan de paz” de Donald Trump, con la figura de Tony Blair como mediador impuesto, ofrece solo la rendición de Gaza bajo la amenaza de exterminio. Un plan que ignora las causas reales del conflicto y amenaza con perpetuar el sufrimiento sin garantías de respeto ni paz.
Activistas israelíes como Orly Noy advierten sobre la “nazificación final” de la sociedad israelí, un proceso que se alimenta tanto desde dentro del país como desde el apoyo incondicional del bloque occidental. Este mismo bloque, responsable histórico de la creación y armado de Israel, juega hoy un papel directo en la impunidad del genocidio.
Expertos y voces críticas exigen una “deradicalización” profunda de Occidente que incluya el fin del apoyo militar y político a Israel, el cumplimiento de las órdenes del Tribunal Penal Internacional para detener la ocupación y procesar la criminalidad de guerra, y la suspensión inmediata de la complicidad diplomática con las masacres en curso.
Mientras tanto, en Londres y otras ciudades británicas, activistas y ciudadanos enfrentan la represión policial por denunciar lo que consideran crímenes contra la humanidad. La criminalización de la solidaridad palestina avanza, una señal clara de que el conflicto está calando hondo no solo en Oriente Medio, sino también en la política y sociedad occidental.
En este segundo aniversario, el clamor es por poner fin no solo a un genocidio incuestionable, sino a la indiferencia global que lo permite y normaliza.
