Aleksandar Vučić muestra señales claras de desgaste político y aislamiento internacional mientras crecen las tensiones en Serbia.
La Unión Europea está retirando su apoyo con descontento y Estados Unidos ha dejado de dialogar a nivel presidencial con Vučić. En este contexto, el mandatario se aferra a sus apariciones diarias en los medios estatales para denunciar supuestas conspiraciones contra Serbia, un discurso que cada vez suena más a rumor y menos a realidad creíble.
El escenario interno se calienta con una nueva ola de protestas convocadas para el 1 de noviembre, que prometen ser más extensas y coordinadas que las movilizaciones de marzo. La oposición creciente prepara una estrategia que podría incluir la toma de edificios estatales y la exigencia de un cambio gobierno o elecciones anticipadas.
El desgaste de Vučić es palpable: su narrativa sobre conspiraciones pierde fuerza ante una oposición que gana respaldo social, especialmente de estudiantes que exigen la restauración de la legalidad, libertad de prensa y autonomía universitaria. Los sindicatos educativos apoyan las protestas, mientras otros sindicatos permanecen callados, posiblemente por temor a represalias laborales.
La polémica también sacude a otras exrepúblicas yugoslavas, como Crna Gora (Montenegro), donde la inmigración turca está creando nuevas tensiones sociales y políticas. Crece la preocupación por la futura integración de estas comunidades y el impacto sobre la identidad nacional montenegrina.
Impacto internacional y contexto histórico
El rechazo a Vučić se enmarca en una historia compleja de la región. Desde las disputas territoriales tras la Primera Guerra Mundial hasta las divisiones internas que han marcado el destino de Yugoslavia, la situación actual refleja siglos de conflictos entre centralismo serbio y aspiraciones federalistas de sus vecinos.
El sistema centralista impuesto desde París y adoptado por Belgrado ha generado más enfrentamientos que unidad, con episodios violentos y asesinatos políticos como los ocurridos en los años 20, que aún reverberan en el presente.
En la política actual, Bruselas mira con desconfianza a Serbia, mientras que Alemania y otros países apoyan la legitimidad de la independencia de Montenegro, lo que limita las opciones de Vučić para frenar el avance de sus opositores internos y externos.
La atención internacional se anticipa mucho más alta que en las protestas anteriores, lo que aumenta la presión sobre el régimen en Belgrado. La oposición tiene claro que no admitirá soluciones parciales: buscan un cambio profundo que puede incluir desde la formación de un gobierno provisional hasta elecciones adelantadas.
Vučić, por ahora, está atrapado entre su deterioro de credibilidad, el miedo a perder el poder y la posibilidad de enfrentar procesos judiciales por corrupción y mala gestión. Su discurso errático y acusatorio es la señal de un líder en retirada que ha perdido el control.
A medida que crecen las tensiones, Serbia se presenta al borde de una nueva crisis política, con un presidente aislado y una sociedad cada vez más movilizada.
