Hayley Williams rompió el silencio y señaló directamente a Morgan Wallen como el “cantante racista” en su nueva canción Ego Death at a Bachelorette Party. La cantante lo confirmó en una entrevista en el New York Times Popcast esta semana, sin rodeos y sin preocuparse por la polémica que pueda desatar.
La línea cuestionada, “Seré la estrella más grande en el bar de ese cantante racista de country”, deja claro a quién va dirigida. Ante la insistencia de los entrevistadores para que “llamara nombres”, Williams fue tajante: “Hablo de Morgan Wallen y no me importa quién se ofenda”.
El gesto reabre un debate que ya explotó en 2021, cuando un vídeo viral mostró a Wallen usando una palabra racial ofensiva fuera de cámara. Entonces, la industria reaccionó con sanciones temporales: lo retiraron de listas de radio, frenaron promociones y Wallen tuvo que pedir disculpas públicas y desaparecer un tiempo para “reflexionar”.
Pero Wallen volvió al foco y a las listas con éxito comercial, lo que hizo que muchos cuestionaran si ese castigo fue real o suficiente. La decisión de Williams de señalarlo ahora cuestiona de frente si pedir perdón basta cuando hablamos de racismo en la música country y en la cultura de Nashville.
La música como plataforma de denuncia
Williams, que viene de la escena alternativa y rock, lleva meses abordando en su música temas sobre racismo y las historias complicadas del sur de Estados Unidos. Más que un ataque personal, su canción y las declaraciones buscan desnudan una cultura dentro del negocio de la música country que históricamente ha cerrado filas para proteger intereses comerciales.
El vídeo oficial de la canción muestra imágenes de Nashville y deja la letra bien clara, ligada a controversias públicas de Wallen. Al hacerlo, Williams amplía la conversación más allá de la música para exigir responsabilidad pública, algo que muchos en la industria se resisten a afrontar sin compromisos reales.
El impacto ya se siente. En redes y medios se debate si este tipo de señalamientos ayudan a provocar un cambio verdadero o si quedan como gestos simbólicos que la industria ignora rápido. En Nashville, están divididos: algunos celebran un paso necesario hacia la reforma; otros lo ven como un ruido pasajero sin propuestas concretas.
Lo cierto es que Williams ha puesto una línea directa entre su letra y la conducta pasada de un artista en activo con enorme popularidad. Esa acción desnuda el dilema sobre cómo la industria y el público gestionan el racismo cuando toca a una estrella de primera fila.
Esta semana, la escena musical estadounidense sigue atenta, con ojos puestos en cómo responden Wallen, las discográficas y los promotores. La pregunta permanece: ¿habrá acciones concretas o volveremos a otro episodio olvidado?
